jueves, 9 de junio de 2016

Barra de cereal

Se anima y saca el envase de papel plastificado con su contenido diminuto. Abre con cuidado y vierte sobre la mesa de fórmica su contenido. Lo inspecciona con la punta de los ojos y después lo toca, primero con un dedo, después otro. Recorre la superficie rugosa cubierta por una curiosa e inhabitual capa de color marrón caca. Se trata de una suerte de pinceladas de dulce de leche, desprolijas, como si el producto estuviera a medio terminar y le faltara todavía el revoque fino. La cobertura de dulce, supone,  es un engañapichanga para que los más chicos no se quejen y simulen que están engullendo la golosina más rica.
Finalmente y sin pensarlo más se manda al buche la barra de cereal. Esas cosas del hambre y la ansiedad.
Se la obsequió ayer a la tarde su nieta al regreso del preescolar. Le contó que había tomado yogur durante la merienda y esto, le dijo, alargando su mano con el rectágulo alargado de cereal de apellido desconocido. “Tomá”, insistió sonriente, “te la regalo. A mí no me gusta. Es una porquería.” Y tenía razón, por supuesto.


No hay comentarios:

Publicar un comentario