viernes, 28 de noviembre de 2014

El lenguaje empresarial se impone en la universidad

(Por Renán Vega Cantor. Periferia, n. 101, Colombia, noviembre de 2014)- La universidad empresarial se concibe como un negocio, que no se diferencia de ningún otro, en razón de lo cual la educación se convierte en una “industria”, cuyo objetivo supremo radica en obtener un producto mercantil (un título), para lo cual existen insumos, que son los estudiantes, y administradores de esos insumos que son los profesores. En concordancia, la educación debe funcionar como cualquier otro proceso productivo, como quien dice se debe buscar la eficiencia, la eficacia, la productividad (rendimientos), la calidad y excelencia del producto final. Tratemos de examinar el sentido de algunos de estos términos cuando son trasladados a la educación.

Eficiencia

Por eficiencia se entiende alcanzar un resultado previsto de antemano, en el menor tiempo posible y con un mínimo de recursos. Se suele sintetiza en la máxima: “hacer más con menos”. Se aplica, por ejemplo, a la producción de automóviles, en cuyo proceso de puede pasar de producir uno por semana, empleando a ocho operarios a producir uno por día empleando a seis. En física se habla de eficiencia para indicar la relación existente entre la energía que se invierte y la que se aprovecha en un sistema o procedimiento determinado. En el ámbito gerencial, el vocablo significa que en una empresa se deben usar de la manera más adecuada los recursos con los que se cuenta (humanos, tecnológicos, financieros, físicos) para conseguir sus objetivos y maximizar sus ganancias.

Cuando este vocablo se traslada a la educación, suele ser interpretado como lo hace la Cepal: “En el campo educativo se pretende minimizar el costo de los insumos requeridos para maximizar la cobertura. Ésta es una  condición necesaria  para alcanzar los fines perseguidos. La  condición suficiente  es que paralelamente se aumente la calidad de la educación, desigualmente distribuida en función de la estructura social vigente”. Sin mucho esfuerzo, se hace una transposición mecánica de la concepción dominante en la gerencia y la economía a la educación, y se plantea que para asignar recursos (inversión de capital en infraestructura, bibliotecas, pupitres, laboratorios, profesores, administradores…) es preciso disminuir sus costos –es decir contratar menos profesores, reducir la infraestructura, cerrar laboratorios– y, en forma simultánea, aumentar la cobertura, o sea, el número de estudiantes por aula de clase y profesor.

¿Qué tan lógico y legítimo resulta trasladar la noción de eficiencia de una empresa que produce, por decir algo, tornillos, a la educación en la que se forma a seres humanos? El Banco Mundial y quienes conciben a la educación como una mercancía pretenden que la educación sea más eficiente, lo que quiere decir que cada vez se utilicen menos recursos para producir más y mejor educación. Si antes un profesor les dictaba clase a 20 estudiantes en un aula, su labor será más eficiente si les imparte docencia a 500 estudiantes desde la misma aula. Y eso, en efecto, se puede hacer agrupando a los estudiantes en un teatro, o retrasmitiendo la clase presencial del profesor por televisión o internet al grupo ampliado de alumnos. ¿En verdad la labor educativa es más eficiente, cuando la formación puede medirse en términos cuantitativos? Es obvio, que resulta mucho mejor establecer una relación directa con un grupo pequeño o mediano de estudiantes, porque se puede efectuar un seguimiento más cuidadoso, que si se despersonaliza hasta tal punto la relación maestro-estudiante que el primero se pierde entre una gran muchedumbre de oyentes, como si fuera una  vedette  de la farándula.

Eficacia

Significa la capacidad de alcanzar un objeto propuesto, como cuando un equipo de futbol gana un partido, no importa si haya jugado bien o mal, lo importante es que obtuvo un resultado favorable. Se puede ser campeón mundial de futbol recurriendo a la garra uruguaya, como en 1930 y 1950, o al juego bonito de Brasil en 1970, o al infame  catenaccio  de Italia en 1982, o a las trampas de la Argentina en 1978. No importa qué método se haya utilizado, lo que interesa es el resultado, esto es, la eficacia. En el ámbito gerencial y económico se le concibe como cumplir objetivos, lograr resultados y realizar actividades que permitan alcanzar las metas fijadas.

Esta noción aplicada a la educación se ocupa de registrar y cuantificar los resultados, medidos a partir de promedios de los alumnos en un período escolar o en el número de estudiantes que se gradúan, porque supone que es posible determinar con precisión el valor añadido que las instituciones educativas aportan. Este tipo de perspectiva se centra en indicadores económicos como los resultados de los estudiantes en pruebas nacionales o internacionales, el valor de los insumos escolares, o el porcentaje de estudiantes que desertan de la universidad. Para quienes esto postulan no interesa saber cómo se han alcanzado los resultados escolares, y si éstos son auténticos o no, lo que vale es el resultado como tal. Está claro que dicha concepción se centra en la idea de competir con otros para alcanzar los mejores resultados cuantitativos, lo cual en educación también es muy discutible, porque desconoce variables significativas como el contexto en el que se desenvuelven las instituciones, la procedencia social y de clase de los alumnos, la remuneración y condiciones laborales de los profesores, el tipo de infraestructura y dotación con que cuenta una institución universitaria. Adicionalmente, no tiene en cuenta que uno de los fines de la educación antes que los mismos resultados es el proceso de formación, con miras a propiciar una educación integral y diversa de los estudiantes, que les sirva para la vida antes que para mostrar un resultado en una prueba determinada.

Productividad

La productividad en economía se mide en cantidades producidas, que se pueden cuantificar de manera concreta. Si un obrero produce mensualmente cinco mesas en una fábrica y otro en las mismas condiciones produce cuatro, el primero es más productivo que el segundo. A una mayor productividad mayor ganancia para una empresa y por ello en administración se denomina  gestión de calidad  a la búsqueda de mecanismos que permitan aumentar la productividad y los beneficios de una determinada empresa.

Una de las nociones más chocantes e ilógicas es la de hablar de productividad educativa y sin embargo esa idea existe y la difunde el pensamiento neoliberal, para el cual en educación productividad supone obtener mejores resultados con un menor esfuerzo, o que la inversión económica en “recursos humanos” (como se denomina a los profesores) debe generar un elevado rendimiento. Por ello, los profesores de la educación universitaria deben demostrar una elevada productividad para compensar con creces los costos que en ellos se han dispensado; productividad que se manifiesta en términos cuantitativos y cualitativos –aunque estos no quedan muy claros– en productos, valores y servicios que dispensan los seres humanos empleados en la actividad educativa. A los profesores se les atribuye la responsabilidad principal, de acuerdo a su nivel de productividad económica, en el buen o mal funcionamiento de la educación superior.

Calidad

En el ámbito empresarial se entiende por calidad al desarrollo eficiente de un producto, de tal manera que se cumplan unas especificaciones de diseño. En términos económicos generales se considera que calidad quiere decir desarrollar un producto o servicio que satisfaga plenamente al comprador y que no tenga defectos. En la idea de calidad siempre se enfatiza en la relación que se tiene con un consumidor, quien juzga o determina si el producto ofrecido cumple con las especificaciones prometidas, y por lo tanto es de calidad. Para la Organización Internacional de la Estandarización (ISO, por sus siglas en inglés) calidad es “el grado por el cual un grupo de características inherentes cumplen fehacientemente los requerimientos especificados”. Finalmente, en el mundo gerencial, donde se introdujo la noción de calidad total, se considera que la calidad consiste en generar un producto con la máxima eficiencia durante su producción y que satisfaga al cliente.

En un principio, calidad se utilizaba para referirse a un producto material, por ejemplo un enchufe, un martillo o una herramienta, para decir, por ejemplo, que un destornillador era de buena calidad. Esa denominación se usaba para catalogar a objetos materiales, pero desde la década de 1980 el vocablo se hizo extensivo, vía neoliberalismo, a los “servicios públicos” en el que se incluyó a la educación. En 1983 en los Estados Unidos, en el  Informe de la Comisión Nacional de Excelencia en Educación  (conocido como  Una nación en riesgo), se habla por primera vez de “calidad educativa” como un lineamiento de política por parte de un Estado.

Al introducir la noción de calidad en la educación se involucran en los sistemas educativos aspectos propios del mundo empresarial, tales como el control de calidad, mejoramiento de calidad, aseguramiento de la calidad. Con todas estas denominaciones tecnocráticas se sostiene que la educación es una empresa o una industria que produce mercancías, y esas mercancías deben estar sujetas a procesos de control que apunten a generar mejores resultados, que pueden ser cuantificados y estandarizados. En consonancia, se establecen mecanismos y organizaciones externas a las escuelas y universidades que se encargan de certificar y de acreditar que una institución es de “calidad”, y a las mismas se les concede el rotulo que las califica como de “alta calidad”.

Como la  calidad total  proviene del mundo de la gerencia, a la educación se le atribuyen los mismos atributos que se le exigen a cualquier empresa: eficiencia, rendimiento, productividad incrementada a bajo costo, satisfacción de los clientes, competitividad, eficacia, innovación, rentabilidad, éxito y excelencia… Además, se supone que alcanzar todas esas metas debe ser una responsabilidad del centro educativo, de sus directivos y profesores, los cuales deben ofrecer una mercancía de calidad, en abierta competencia con todos los otros centros educativos, para satisfacer los gustos de los clientes.

Excelencia

El término “excelencia educativa” está en consonancia con el de calidad y ha sido usado en el mismo sentido, para referirse a una institución en la que desaparece el conocimiento, se privilegia el manejo de información y lo que se enseña a los estudiantes está determinado por los intereses y necesidades de los empleadores. Una institución de excelencia es simplemente una empresa educativa, en la que prima la eficiencia y la productividad para beneficios de los capitalistas del sector. No tiene ningún sentido suponer que la noción de excelencia educativa puede ser un sustituto de calidad educativa y puede ser reivindicado por una pedagogía crítica. De ninguna manera, porque los dos términos están emparentados, forman parte del mismo proyecto mercantil y privatizador de la educación pública y ambos están inmersos en el proyecto de convertir a la educación en un negocio, signado por la búsqueda insaciable de obtener ganancias económicas que beneficien a los “señores de la educación”. Como lo dice la pedagoga Rosa María Torres: “Detrás del frio lenguaje tecnocrático y la impersonalidad de las cifras no hay historia, no se percibe una pizca de cultura, algo que permita entender qué clase de país es éste, por qué y cómo llegó a donde está, cómo es su gente, su juventud, sus maestros…, que piensa la gente sobre la educación que tiene, que clase de educación querría tener”.

Excelencia se ha convertido en una muletilla que usan las universidades para promocionarse y presentarse como las mejores instituciones educativas. Así, la Universidad Andrés Bello de Chile sostiene: “una universidad que ofrece, a quienes aspiran a progresar, una experiencia educacional integradora y de excelencia”; la Universidad de Antioquia habla de “ Principios y líneas de acción para nuestra excelencia”, en donde utilizando un lenguaje propio de los cowboys del lejano oeste sostiene: “La Universidad de Antioquia no permanece tranquila, su actitud expectante, como debe tenerla toda institución de educación superior, le permite actuar bajo el estado de alerta. Sin dramatismos ni agresividad, pero siempre atenta a cualquier elemento que ponga en riesgo la búsqueda de la excelencia en el cumplimiento de su misión”. En la Universidad de Murcia, España, a los grupos de investigación más afamados se les denomina “Grupos de excelencia”. No sólo las universidades dicen ser de excelencia, sino que todo el aparataje burocrático que las rodea en la actualidad, como las comisiones de acreditación, también se presentan como la expresión máxima de la excelencia, algo que en sí mismo hace dudar de un término tan manoseado en el ámbito de la educación universitaria.

En la actualidad el ideal cultural de esta institución es reemplazado por el discurso vacío de la excelencia, lo que quiere decir que el estudiante que antes era prefigurado como el futuro ciudadano, ahora es un simple cliente, cuya función es la de comprar, pagar, consumir y reproducir la mercancía educativa. Excelencia es un cascaron vacío que se usa para colocarlo como rotulo a todo aquello que se quiere vender y que se utiliza para atraer clientes. Ya no importa el rigor de los profesores ni de los estudiantes, ni el contenido de las clases o de las investigaciones, puesto que ahora solo basta la excelencia, que es una idea superficial, sin referente alguno, porque excelencia sustituye, nada ni más ni nada menos, que al concepto de formación cultural.

Conclusión


Diversas denominaciones propias del mundo empresarial han sido trasladadas al terreno de la educación, con lo que a esta última se le reduce a una especie de industria. Los efectos de este lenguaje tecnocrático neoliberal en la educación son funestos, ya que una significativa parte de la sociedad deja de concebir a la educación como un derecho que tiene características particulares, puesto que trata con seres humanos y no con cosas inanimadas –como tuercas, tornillos, automóviles, televisores–. Cuando eso acontece se desconocen las diferencias de contexto y personalidad, diversas procedencias de clase, distintos ritmos temporales, resultados a mediano y largo plazo, a la hora de juzgar la pertinencia o no de un cierto tipo de educación. Estas diferencias, que tienen que ver con la sociedad, la cultura, la economía y la política, desaparecen en la jerga empresarial que ha llegado a la educación, a la que mide con los mismos criterios que se evalúa la calidad de unas papas fritas, o el motor de un carro, o la pantalla de un computador…, y se evalúa con los mismos raceros de productividad, eficiencia y eficacia que caracterizan la producción de cualquier mercancía en la sociedad capitalista.


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