domingo, 22 de septiembre de 2013

Tres tristes gatos


No se los dijo con mala onda ni con tono amenazante, pero igual las palabras pesan. Un maestro es un maestro, ¿no? Las palabras pesan y como elefantes si encima el docente viene gastando las horas de clase y, lo que es peor, las horas de ocio de los últimos fines de semana para que sus alumnos repunten en su lucha contra los habitantes de la tierra de la gramática. Y en ese cometido toma las propias iniciativas de los estudiantes, como apoyarse, en lugar de los manuales y los textos esperables, en canciones, películas y series de la televisión.

Sucede que siente particular frustración por el naufragio de quienes, ya no solo presentan los esperables problemas con la comprensión de textos, sino que ni siquiera pueden hilvanar las frases para darle inteligibilidad a un relato oral sobre un tema a elección.

Así que, después del intento definitivo y la respuesta anómica de costumbre, decidió que esta vez no iba a dejar que volvieran a su casa, caminando en cámara lenta y masticando un chicle apurado hasta la llegada del almuerzo. No. Esta vez los tres se quedan después de hora. Los tres pibes observan impotentes cómo el resto de sus compañeros se marchan apurados mientras ellos se tienen que quedar sentados y completar los ejercicios que asoman en el montoncito de fotocopias abrochadas que el de Lengua acaba de repartir.  “Tres tristes tigres”, dice uno despidiéndose burlón de los condenados; “No, ¡tres tristes gatos!” lo corrige la chica que es la última en salir del aula.

Cuando uno de los jóvenes, tensando su mejor fibra heroica, intenta argumentar sin mirarlo a los ojos que ya nadie hace que se queden castigados “después de hora”, el docente le contesta burlón: “¿Cómo que no? ¿No te acordás de aquel capítulo de los Simpson…?”.


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