sábado, 4 de octubre de 2014

Selva Almada, Ladrilleros

Selva Almada, Ladrilleros, novela, Buenos Aires, Mardulce, “Ficción”, 2014, 232 páginas.

Conocimos la obra de la entrerriana Selva Almada porque nos prestaron con recomendación adjunta su anterior novela, El viento que arrasa, publicada hace dos años. Leímos algunos comentarios y menciones favorables (lejos de la exageración mentirosa de la contratapa de Ladrilleros, donde se adjetiva y sustantiva sobre aquella: “verdadero acontecimiento literario debido a la gran aceptación de público y crítica”; quien la redactó debería proporcionar sus halagos en los términos de la definición de “acontecimiento” que ofrece Alain Badiou), pero no nos gustó.

Como los referís de fútbol nos ha enseñado que somos seres humanos y podemos equivocarnos, insistimos. En fin. Ladrilleros tampoco nos gustó, aunque quizás el disgusto fue un poco menor que con El viento que arrasa.

El problema central es que Almada no sabe escribir novelas. Su escritura porfía sobre una cierta zona de representación provinciana y más bien pobre, porfía sobre media docena de personajes básicos (designados con mucho juego de excesivo apelativo) y sus relaciones, lo cual la obliga, claro, a pergeñar una trama general. Pero la porfía no alcanza, y cuando se llega a la página cincuenta (concedamos: a la cien), caasi se está seguro que los capitulitos tan cortos son para sumar páginas en blanco y que el grosor final del libro suene más imponente. La historia se deshilacha, el recurso de la fragmentación y las ideas y venidas temporales se descubren siendo, más que una necesidad de la forma, una coartada para agregar y agregar hasta que el contador diga: “ya es novela”.

Si se dijo que Ladrilleros es mejor que El viento que arrasa se debe deber a que el tiempo pasa y Almada fue aprendiendo a fuerza de inercia escritural. Tal vez debería esperar un poco más para la próxima.


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