El
presidente del centro de estudiantes del Lenguitas intenta contestar
las preguntas apuradas y rutinariamente hostiles del periodista en la
puerta del colegio. Explica, en primer lugar, que la emergencia
edilicia de los establecimientos públicos no es un consigna
propagandística. Si no -acompaña sus palabras con el envión de manos que suelen hacer los maestros de ceremonias cuando presentan el
acto principal- pasen y vean baños, techos y paredes.
Pero
como el interés del hombre de prensa va por otro lado, más acorde
con las palabras del ministro porteño que el noticiero reprodujo
hace un rato, el muchacho agrega que, claro, los secundarios también
se ven afectados por la reforma curricular que proviene de la Ley Nacional de Educación. Hay muchos colegios en los que ya se
superponen los horarios, explica, y ésa es la razón por la que la
coordinadora estudiantil porteña exige que se suspenda la ejecución
de la reforma curricular hasta que las escuelas estén en condiciones
de absorber los cambios que se necesitan para su aplicación.
Cuando
lo interrogan, con malicia, acerca de si el rechazo se debe a la
“ampliación” de carga horaria, aclara que “no estamos en
contra de eso, no, el asunto es que necesitamos más aulas para que
se aplique”. El compañero que está a su lado, menos diplomático
y ya cansado de la mala leche y las ironías prejuiciosas, agrega:
“¿Dónde querés que no metamos para dar clases? ¿Uno encima de
otro? ¿Cómo vacas en un feedlot?”.
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