Y fue entonces cuando
se le ocurrió, mientras los estudiantes hacían la prueba escrita en un casi
absoluto silencio. A ella, María, la de Inglés, que carga su panza de siete
meses largos.
Finalmente son muchas,
sino todas las profesoras las que unos días antes de reincorporarse a las tareas
después de la licencia por maternidad, se aparecen en el colegio con el crío en
brazos para presentarlo en sociedad, se dijo.
Desfilan entre los saludos de los colegas que hacen solemne entrega de algún obsequio simplón y los alumnos hasta aprovechan la
oportunidad para alguna otra selfie burlona. O sea que el antecedente existe.
Pero otra es su intención, más de acuerdo a los debates en boga. ¿Y si llega al aula, se acomoda bien en un
banco y se dedica como si nada a amamantar al recién nacido? ¿Su acción será
considerada una suerte de afrenta a la moral, conducta indebida para un docente, o una simple urgencia
de la biología? La ocurrencia la fascina.
Ya sabe que frente a cualquier advertencia de la rectora o apriete disciplinario va a argumentar que sólo se trató de una experiencia pedagógica. A ver quién se atreve a esgrimir reproche alguno contra la evidencia de sus razones.
A lo mejor me animo, se
dice riendo y vuelve a pasar sus manos ansiosas sobre la barriga redonda y cargada.
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