miércoles, 16 de marzo de 2011

La leyenda de la lluvia de fuego

Contuvo la respiración. Había visitado ya más de una vez la ciudad blanca y grande, aunque nunca solo; había quedado probado en consecuencia se decía sin hablar, que el tráfico furioso, las luces y los edificios gigantescos no tenían poder sobre él. No, su abuela no tenía razón. Alcanzaba además -estaba seguro entonces- con el sueño recurrente de la aniquilación para exorcizar el miedo. De continuo el Yiyi soñaba que era un gigante de cuya boca salía un río de lava que sepultaba los kilómetros de cemento y borraba de una vez y para siempre las huellas de lo que allí había existido para los viajeros futuros, los perdidos. No, no, su abuela no tenía razón.


Curiosamente las leyendas que le contaba de chico decían también que fue una lluvia de fuego lo que dio origen a la ciudad, recuerda ahora mientras se detiene un rato con su carrito pesado de cartones a mirar los televisores de la vidriera de Frávega que repiten en eco como crece el monstruo humeante que se traga a los japoneses.


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