De
pronto se acuerda de aquella historia. De cuando el calor pega, y fuerte. Así
como ocurre con el frío durante los meses de invierno, del mismo modo sucede
cuando la temperatura comienza a alzarse de manera dramática desde mediados de
noviembre. Y sobre todo a la hora de la siesta. Las poco amables edificaciones
que ayer nomás fueron fábricas de vaya uno a saber qué y hoy han sido recicladas
como sedes donde se amontonan los estudiantes del Ciclo Básico Común
multiplican cualquier catástrofe climática.
Los
estudiantes estaban bien dispuestos en sus bancos, preparados para el segundo
parcial escrito y cuando él, el docente, atento a los rostros cruzados por el
sudor, el suyo propio inclusive, lanzó la pregunta el dilema se instaló inmediatamente,
como un dilema filosófico.
La cuestión
era que el aula tenía un ventilador. Resultaba poco uno solo para la cantidad
de espacio a cubrir, hay que conformarse. Pero eso no era lo peor. Y la duda en
contestar sí o no a una interrogación tan sencilla como ¿enciendo el ventilador? tenía que ver con la experiencia
acumulada.
Porque
el bicho de metal la primera vez que fue encendido al cabo de unos minutos
comenzó a chirriar como cachorro agonizante y fue imposible tolerarlo. En la
segunda ocasión las aspas decidieron moverse en cámara tan lenta que perturbaba
a todo el mundo que permanecía tenso, ansioso y haciendo fuerza como para que
finalmente se decidiera a arrancar. La tarde anterior ni bien dieron vuelta a
la perilla la máquina comenzó a zarandearse de tal modo que el sentimiento
generalizado fue que se estaban jugando la vida, o más bien el pescuezo…
Así que ni bien el profesor
dijo ¿enciendo el ventilador? se
produjo ese silencio infinito que nadie se animaba a romper.
La anécdota viene a su
memoria ahora que escucha por la radio a la secretaria académica de la
Universidad de Buenos Aires argumentar el porqué, después de tres décadas, de
las innovaciones de programa del Ciclo Básico Común a partir de la
incorporación del mundo abierto por las nuevas tecnologías.
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