Lee que algunos
escenarios económicos, preliminares y tentativos, han empezado a dibujar en
despachos oficiales sobre el impacto que podría tener en la Argentina la
victoria de Donald Trump. Quedó claro que el resultado no entraba en los
cálculos del Gobierno y, por lo mismo, puede suponerse que no había tomado
recaudos suficientes.
Ya dan poco menos que
descontada una suba en la tasa de interés de los Estados Unidos, leve, durante
la reunión que la Reserva Federal sostendrá antes de que el 20 de enero Trump
asuma la presidencia. Aun así, señalan los especialistas criollos, la tasa
norteamericana no es un motivo de preocupación inmediata, pues ratifican que el
país mal que bien ha cubierto sus necesidades de financiamiento en dólares.
Con un poco de ayuda
del bono que queda dentro del blanqueo, mayor desde luego a la magra cosecha
reportada por el que ya venció, los funcionarios calculan que con unos quince
mil millones de dólares de financiamiento internacional en 2017, estamos.
Todo lo humano y global
nos toca, obviamente. Pero tanto o más nos toca en perspectiva la relación que
Trump establezca con China y el modo como ella le pegue a la economía china.
Brasil queda entre paréntesis. ¿Y qué decir de todos esos miles de queribles yanquis
que, en un hecho histórico para la institucionalidad democrática, se han
levantado al grito de “No es nuestro presidente”, y han cortado avenidas y ocupado
calles, escuelas y universidades, para darle la malvenida al flamante primer
mandatario?
En fin, ocurre que después
de los comentarios de rigor esa mañana de miércoles, el chico de quince años, porteño,
en medio del aula en silencio que se prepara para la prueba escrita ya acordada
para ir sedimentado la gramática de William Shakespeare, sentencia sin más: “Para
mí la mejor protesta sería ya mismo lanzar el boicot y dejar de estudiar inglés
de una vez por todas”.
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