Los alumnos y
profesores de más de cien institutos y universidades desparramados en todo el
territorio de los Estados Unidos organizaron innumerables protestas el
miércoles pasado para reclamar que sus centros educativos se conviertan en
“campus de refugiados”. Exigen, además, que las instituciones donde cursan sus
estudios se nieguen a cooperar con las autoridades de inmigración para que se
implemente el plan de Donald Trump de deportar a cientos de miles de
indocumentados.
El domingo anterior, en
una pirotécnica entrevista para el programa 60 Minutes, el flamante presidente
prometió deportar inmediatamente a unos tres millones de personas. Durante su
campaña, todos recuerdan, también había asegurado que en caso de ser electo revertiría
las órdenes ejecutivas del saliente Barack Obama, que incluyen el programa DACA
(Acción Diferida para los Llegados en la Infancia, según la sigla en español),
que ha protegido a 750.000 jóvenes de la deportación. Esta es María Maes, de la
Universidad de Columbia.
Una activista
estudiantil le explicó a un periodista: “Estoy aquí para exigir que el
presidente Bollinger, de la Universidad de Columbia, convierta a mi centro
educativo, nuestro centro educativo, en un campus refugio. Y que también
proteja el apoyo financiero que reciben los estudiantes indocumentados en este
campus, así como su posibilidad para encontrar en él un trabajo”.
“No nos iremos sin
pelear”, cantaba en ese mismo momento la comunidad hispana de Nueva York. A
contrapelo de lo que ha subrayado la prensa comercial, lo verdaderamente
histórico que ocurre hoy mismo en la América del Norte no es el advenimiento de
un personaje de esta calaña, sino el
rechazo masivo, en las escuelas, universidades, barrios y calles en protesta
contra el discurso xenófobo y misógino de Trump apañado por el sistema
democrático.
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