sábado, 15 de marzo de 2014

Celulares y otros bichos

Señala con su índice enojado al estudiante para exigirle que apague y guarde el celular de inmediato. Los mensajes los podés leer o mandar en el recreo, le dice recordándole lo que unas cuantas veces discutieron y acordaron. Incluso pregunta irónico si vieron el video que anda dando vueltas de la maestra china que se pudre del molesto celular de un alumno y revienta el artefacto contra el piso y le baila un malambo encima.

De pronto una voz se alza desde el fondo y sostiene que no entiende bien por qué tanto resquemor frente a los celulares, los correos electrónicos, los twits… Dice que está cansado del remanido argumento de que las nuevas tecnologías, los signitos, los ruidos y las palabras compactadas afectaban la práctica de la escritura. ¿Acaso los más grandes artistas no fueron particularmente sagaces e ingeniosos para apoderarse de las nuevas formas de la comunicación de sus respectivas épocas? ¿Acaso deberíamos haberle prohibido a Oliverio Girondo machacar varias palabras en una o sugerirle a Jimi Hendrix que la cortara con eso de ensamblar ruidos eléctricos tan difíciles de seguir?

Lo peor y sabia es la conclusión. El muchacho asegura que, en el fondo, los problemas se suscitan porque en los colegios están pensando en capacitar gente para rellenar planillas y escribir cartas comerciales. Ése sería el horizonte que se esconde debajo de la pomposa cláusula “objetivos de lecto-escritura”.

¿Puede una conversación distendida ser a la vez interesante y peligrosa? Claro que sí, piensa el docente, y ésta sin duda lo es. Así que más vale hacerse cargo.


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