lunes, 14 de octubre de 2013

El boletín del apocalipsis


Porque está claro que de los progenitores se espera otra cosa, ¿no? Una actitud adulta, responsable, no un gesto que vaya uno a saber qué consecuencias puede traer el día de mañana… Lo cierto es que hace un rato nomás cantaba feliz una de Sumo cuando el preceptor les pidió que se agruparan un segundo en el patio y, antes de que enfilaran hacia la puerta de salida, fue repartiendo los boletines. Él se quedó parado allí, con el rectángulo de cartón en la mano. Por dos motivos. El primero es que descontaba que tenía unas cuantas materias bajas pero no sabía que tantas, y encima con esa destacable seguidilla de aplazos. El segundo, más realista, es que esperaba que las calificaciones recién las repartieran martes o miércoles, así podía pasar el fin de semana en paz. Encima justo pasó el rector y enfatizó con voz gruesa y alta que: “No se olviden de traerlos firmados el lunes mismo, ¿estamos?”... En fin.


Vuelve, pues, a su casa; con la garganta seca, imaginando excusas, caminando en cámara lenta, como si intentara detener el tiempo y con ello postergar lo inevitable. Es bien consciente de que la embarró. ¿Cuánto tiempo tardarán sus viejos en empezar a mirarlo con ojos de fuego? ¿Veinte, treinta segundos, y después la repetida promesa del apocalipsis por venir? Pero, bueno, eso que tiraron al final del primer trimestre de que me vaya olvidando de las vacaciones no puede haber sido de verdad. Debe haber sido una exageración, cosa del momento, se repite mientras alza los ojos al cielo.

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