Tiene su materia previa. En diciembre le
fue mal y peor en el turno siguiente. Incluso tuvieron un intercambio de
palabras bien subido de tono, y por eso el padre después de unas semanas le
pidió una reunión. El hombre estuvo bien, se mostró preocupado por su hijo, y comentó
que el muchacho había quedado angustiado por aquel cruce. Él lo calmó y le
recordó que el examen de febrero había sido exactamente igual que el anterior,
de modo que si el alumno hubiera estudiado un poco atento a sus puntos flojos…
Este año la toca primero un quinto y
después el otro. El de la previa, Martín, está en el segundo, el B. Y ocurre
que todo este primer período trabajan en clase con el libro sobre el banco,
sobre la base del capítulo previamente leído en la casa. Preguntas y
respuestas, a la vieja usanza socrática.
Pues resulta que, a diferencia del
anterior, este ciclo lectivo Martín se apresura a contestarlo todo, como si ya
conociera de antemano las interrogaciones y sus correctas contestaciones. Si
fuera un concurso televisivo la teleaudiencia sospecharía de algún arreglo; “un
tongo”, dirían. En el contexto de la clase lo más probable es que Martín recoja
el texto de algún compañero que cursó en el bloque anterior. Las sonrisas del
resto del curso frente a cada acierto ofrece la confirmación a su conjetura.
¿Qué hacer? Pensó en cambiar las
preguntas, en que unos y otros leyeran apartados diferentes, y otras
estrategias más o menos parecidas. Pero al final decidió que lo mejor era no
hacer nada.
De modo que ahora, cuando Martín ofrece
la respuesta, él le repregunta obligándolo a ampliarla, a relacionar su
contenido con los anteriores y posteriores. Como el estudiante ya sabe que él
va recurrir a la artimaña se prepara con antelación para el combate. O sea que
terminó estudiando.
Ahora, cuando se cruzan por el patio de
los recreos, se saludan fuerte y cortésmente. Los dos sonríen, los dos están
seguros de haber ganado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario