“Esto me pase por idiota,
por hacerle caso a las pavadas y aflojar las convicciones para no tener que
andar peleándome y que después me critiquen por mala onda”, se dice mientras
observa por última vez la cara del mandamás del Vaticano que brilla de blanco en
la pantalla de la computadora.
Ocurre que, como
previamente le había informado la profesora de Historia que lo instó a “deponer
prejuicios” y presenciar el evento, Francisco acababa de convertirse en el
primer Papa que participa en una charla denominada “TED”. Lo hizo a través de
un videomensaje de casi veinte minutos que fue transmitido en un encuentro en
Vancouver, Canadá.
Él más o menos se bancó
el moderno “evento” que su colega le recomendó hasta que escuchó de boca de
Jorge Bergoglio que de lo que se trata es de poner en marcha una “revolución de
la ternura”. O sea, no encerrarse en uno mismo, sino tener en cuenta a los otros, “que
no son estadísticas o números” y otros frases del tipo de las que suelen aparecer
en los consejos de autoayuda que ofrece la última página del diario.
“La ternura es el
camino que han recorrido los hombres y las mujeres más valientes y fuertes…”,
escucha y si no putea con fuerza mientras abandona la empresa y se levanta a
preparar el mate es porque a un costado los más chicos se amontonan en el patio
de los recreos. La verdad es que -filosofía barata por filosofía barata-
prefiere la de su estudiante punk de cuarto año, quien todos los días le
recuerda que en este mundo no hay lugar para los tiernos.
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