"La belleza será convulsiva o no será." André Breton, Nadja (1928)
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El 18 de octubre de 2023, once días después del inicio de la campaña de aniquilación de Israel en Gaza, me permití sentir algo parecido a la esperanza. Me encontraba en Washington D. C. para lo que se anunciaba como «la mayor protesta judía en solidaridad con los palestinos» y contemplaba desde el National Mall a miles de rostros reunidos bajo una pancarta que decía «Los judíos dicen: alto el fuego ya».
Treinta y cinco años antes, había asistido a mi primera protesta contra la ocupación israelí de Cisjordania y Gaza: una vigilia silenciosa en Jerusalén organizada por el grupo feminista pacifista Women in Black durante la primera intifada. Estábamos apretujados en una isleta en una concurrida intersección, mientras los conductores pasaban a toda velocidad, algunos furiosos, la mayoría ajenos a lo que sucedía.
Durante décadas, así era más o menos como se sentía el ala judía del movimiento por la liberación palestina. Éramos la imagen de la marginalidad. Pero aquel día de octubre en Washington, de repente nos sentimos como un movimiento de masas. Jewish Voice for Peace (JVP), uno de los principales convocantes de la protesta, estaba viendo cómo su número de miembros se disparaba, con secciones en docenas de ciudades y campus. Esa mañana había comprado un anuncio a toda página en The New York Times exigiendo un alto el fuego.
Reivindicar nuestra identidad judía era urgente. Desde los ataques del 7 de octubre, los funcionarios israelíes habían proclamado en voz alta su intención de responder con furia genocida. Todas las personas de Gaza serían tratadas como culpables, como subhumanas, y la franja sería estrangulada, hambrienta y bombardeada hasta quedar reducida a escombros. Los funcionarios se comprometieron a luchar no solo para defender a Israel, sino también para proteger a los judíos de todo el mundo de lo que, según ellos, era una amenaza inminente de un segundo Holocausto. «Nunca más es ahora», declararon una y otra vez.
La protesta en el Capitolio fue el mayor esfuerzo judío hasta la fecha para desbaratar esa historia, para demostrar que siempre ha habido una interpretación muy diferente de «nunca más». En el estrado, los oradores invocaron a familiares que habían perecido en el Holocausto y compartieron el sentido del deber que ese legado les había inculcado para evitar futuros genocidios, incluso cuando otros judíos amenazaban con convertirse en perpetradores. En pancartas y cánticos se repetía un eslogan: «Nunca más. A nadie».
Después de la manifestación, cientos de manifestantes, vestidos con camisetas blancas y negras con la inscripción «NOT IN OUR NAME» (No en nuestro nombre) en letras mayúsculas, entraron pacíficamente en la rotonda abovedada de la Cannon House en el Capitolio, se tomaron del brazo y se sentaron. Entre ellos había rabinos envueltos en mantos de oración; algunos tocaron el shofar. En ese momento, yo iba y venía de reuniones con congresistas, trabajando con el brazo de acción política de JVP para conseguir apoyo para una nueva resolución, presentada por las congresistas Cori Bush y Rashida Tlaib, que pedía un alto el fuego inmediato. En esas reuniones, a menudo tensas y emotivas, podíamos oír las voces de los manifestantes judíos que coreaban «Dejad vivir a Gaza» a través de las paredes mientras eran arrastrados por la policía. (...)
El texto completo de Naomi Klein traducido y publicado SinPermiso puede leerse aquí.

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