lunes, 18 de octubre de 2010

Willie Colón, El baquiné de angelitos negros

¿De qué color son los ángeles? Vaya uno a saber. Lo que si se puede afirmar es que desde tiempos inmemorables la gente del común, pueblos enteros, etnias completas y artistas de buen olfato han sospechado y con razón que el blanco automatizado por las estampitas que nos encajaron para tomar la comunión es por demás sospechoso como única opción.


El baquiné de angelitos negros, álbum que se convirtió en un clásico, fue grabado originalmente en 1977 y Willie Colón lo compuso, arregló y dirigió musicalmente en su totalidad empujando una orquesta de treinta intérpretes. Se trata de un disco a la vez “conceptual” y heterogéneo, que muestra a un Colón con deseos de experimentar. En esa tarea mixtura formas del ballet, el enfoque sinfónico y los ritmos afrocubanos.
El baquiné es una fiesta tradicional y peculiar que en Puerto Rico se ofrecía al niño muerto. Se colocaba al chico sobre una mesa y se lo rodeaba de flores, mientras los invitados ponían sillas a su alrededor y cantaban, jugaban, comían y bebían por horas, con la alegría de saber que el niño fallecido volaba al cielo sin haber perdido su pureza. Las enciclopedias dicen que se trata de una costumbre desaparecida, aunque no todos parecen estar de acuerdo al respecto.
El baquiné de Colón suma una docena de canciones hilvanadas, que por más que se pierdan en arreglos ambiciosos nunca olvidan que en la raíz están el son y la guajira, así que cada tanto, como animales sedientos, vuelven a beber del agua popular de siempre. El sencillo contrapunto entre el violín (Sanford Allen), la guitarra (Yomo Toro) y los bongóes (José Mangual Jr.) en el “Son guajira del encuentro” ofrece los mejores cuatro minutos del disco.
Cierta ampulosidad que cada tanto asoma aquí y allá, como ocurre con el cierre (“8th Avenue: el fin”), no alcanza para opacar el melancólico brillo del conjunto.

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