viernes, 28 de agosto de 2015

Tragedia de Once

Ahora que vuelve en el tren lee el diario con una sonrisa. Laburó todo el día, salió corriendo de la oficina, cursó la única materia que por suerte le toca hoy en la facultad, se mandó al buche un superpancho acodado a uno de los quiosquitos del andén cosa de aprovechar la salida del tren- y finalmente marcha hacia Castelar.
El único destino inmediato que anhela es poder sacarse los zapatos, mirar un rato alguna serie por en la televisión, repasar los goles de la fecha, comer alguna fruta y meterse en la cama. Está molido.
Hay poca gente en el vagón, de modo que esta vez puede abrir bien el periódico, como a él le gusta, estirando los brazos a más no poder.
A él, alumno de Económicas que recién arranca, como a todos los que estudian y trabajan en el centro de la ciudad y viven en el oeste del Gran Buenos Aires, la masacre ferroviaria de Once, las decenas de muertos y heridos, pesan en la memoria como un sueño malo. Una de esas pesadillas que siempre amenazan con volverse recurrentes y, a fuerza de repetición, convertirse  en realidad. Por eso en este momento se ríe nervioso.

El pensamiento y la sonrisa amarga despertó en sus labios ni bien leyó el título de la noticia que recoge declaraciones del ex secretario de Transporte, Juan Pablo Schiavi, quien debió ampliar su indagatoria judicial como procesado por la tragedia. Schiavi dijo, para facilitarle el título a los editores: Yo tenía el 3 por ciento del presupuesto de Randazzo. ¿Eso era todo? ¿Así de fácil, pues?, se dice. ¿Nada de error humano, gremialistas culpables, falta de tecnología china o malas costumbres de los viajantes? ¿Hubiera bastado un mayor presupuesto para evitar el desastre?

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