El texto que a continuación presentamos tiene dos partes muy diferenciadas. La primera es un artículo firmado por Ignacio Apócrifo (IA). El autor es ficticio, el texto es parcialmente un producto de la Inteligencia Artificial. Recoge una serie de ideas que, aunque presentadas como escepticismo razonable hacia la ciencia, reproducen una corriente de opinión real, cada vez más extendida y potencialmente peligrosa. Bajo una apariencia de reflexión crítica, el texto incurre en tergiversaciones, errores conceptuales y analogías históricas forzadas. Lejos de promover un debate abierto y racional, el texto propone una visión distorsionada de la ciencia, la evidencia empírica y la propia historia de la ciencia. Una visión que sigue teniendo mucho predicamento. La segunda parte es la respuesta de los autores a los principales argumentos de IA. Veámoslo con algún detalle. Empecemos por el artículo de IA.
Artículo de Ignacio Apócrifo publicado en la Sección de Opinión de El científico alternativo, titulado “El debate necesario sobre la verdad científica ¿Estamos cayendo en el dogmatismo?”.
En los últimos años, la sociedad ha sido testigo de una creciente polarización en torno a temas como el cambio climático, las vacunas, o incluso el propio método científico y la ciencia en general. Mientras que algunos defienden una visión rígida y casi dogmática de lo que consideran “ciencia”, otros reclaman su derecho a cuestionar lo que perciben como verdades oficiales impuestas sin margen para el debate. Se nos insta a “seguir la ciencia”, pero pocas veces se nos invita a cuestionarla críticamente. El problema de fondo radica en que gran parte de lo que hoy consideramos consenso científico se basa en teorías en permanente revisión: hipótesis que han sobrevivido más por su aceptación mayoritaria que por la contundencia irrefutable de las pruebas. La ciencia no es neutral.
El negacionismo científico ha sido reiteradamente demonizado por los medios y foros científicos oficiales. Sin embargo, cabe preguntarse: ¿acaso no es el cuestionamiento, riguroso y bien argumentado, la base misma del propio método científico? Poner en duda ciertos consensos no debería entenderse automáticamente como un acto de irresponsabilidad, sino como una expresión legítima de sano escepticismo crítico. A lo largo de la historia, muchos avances fundamentales surgieron precisamente de quienes se atrevieron a desafiar las ideas dominantes de su época. Galileo, Servet, Semmelweis o Wegener, fueron duramente cuestionados e incluso perseguidos por oponerse a las ideas aceptadas de su tiempo, aunque hoy sus aportaciones se consideran pilares esenciales del conocimiento científico. Además, no podemos ignorar que el sistema científico actual tampoco está libre de sesgos, muchos de ellos asociados a los tres pilares fundamentales de la generación y difusión del conocimiento: los investigadores, las entidades financiadoras y los medios de publicación. Existen casos documentados de fraude, conflictos de interés, presión por publicar resultados positivos o llamativos, y una tendencia preocupante a publicar solo los resultados con aplicabilidad o impacto aparente, dejando de lado los resultados negativos. A ello se suma la proliferación de publicación de estudios irrelevantes o poco replicables y a manifiestos negocios académicos de amiguetes, así como el auge de denominadas revistas depredadoras (predatory journals), que eluden controles básicos de calidad y revisión por pares (peer review), comprometiendo la fiabilidad del proceso científico. Todo ello nos obliga a plantear una pregunta incómoda, pero necesaria: ¿hasta qué punto el llamado “consenso científico” refleja un conocimiento objetivamente validado, y hasta qué punto puede estar condicionado por intereses económicos, como los de las industrias que financian buena parte de la investigación, o por viciadas dinámicas propias del sistema académico, como la presión por publicar (publish or perish), el prestigio profesional, o las exigencias de promoción dentro de la carrera investigadora. Convertir cualquier forma de crítica en “negacionismo” no solo empobrece el debate, sino que, en última instancia, puede funcionar como una forma sutil de blindar certezas frágiles y dogmas bajo el manto de la autoridad científica.
Leer el artículo completo de Julio Rozas y Daniel Raventos aquí.
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