El recorte que brilla
en el centro del pizarrón a la entrada de la escuela tiene un título con
tipografía tamaño catástrofe junto a la foto chiquita de la gobernadora con
cara de preocupación. Dice: “Se duplicará en dos años la deuda bonaerense”.
A continuación detalla
que el gobierno de la provincia de Buenos Aires prevé que su deuda alcance los 200.000
millones de pesos en diciembre y el año próximo llegue a los 270.000 millones, si
acuerda con la oposición el nuevo pedido de endeudamiento solicitado junto al
presupuesto 2017. La cifra ha encendido una señal de alerta entre los que saben,
porque implica que en sólo dos años se duplicará el stock de deuda pública que
María Eugenia Vidal encontró al llegar al poder.
El suelto arrancado de
una página de La Nación de esta
mañana está allí como prólogo a la reunión de los papás cooperadores que se va
llevar a cabo en una de las aulas del fondo dentro de un par de horas. En ese entonces
los que fueron designados para ir a entrevistarse con las autoridades deberán
explicar los resultados de su inútil gestión. Que, en el fondo, se sintetiza
bien fácil; recibieron como respuesta a sus necesidades un encogimiento de
hombres, caras de póquer y un “perdonen pero los avances que estamos logrando
son siempre escasos ante la enorme demanda acumuladas; en fin, no tenemos un
mango más para este 2016”.
Ellos habían ido buscando
un refuerzo de las partidas para que
finalmente concluyan las obras de los baños. Y por eso los delegados se
anticiparon pegando el recorte periodístico, como para dejar sentada su
posición desde el vamos. Porque ya saben cuál será la inmediata, principal y
razonable muestra de indignación colectiva. Que los economistas enciendan sus
luces rojas por lo que llaman el “riesgoso nivel de endeudamiento”, ellos
quieren algo menos espectacular, mucho más mezquino y plebeyo: que terminen de
colocar los azulejos y que los techos dejen de gotear de una buena vez.
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