miércoles, 13 de enero de 2016

El sillón y la gran duquesa, de Carlos Schlieper

Para nosotros se trataba de un película prácticamente desconocida a la que nos asomamos por caualidad hace unos días a través de la heterogénea cartelera que el Incaa TV desparrama por su canal de cable. Se trata de El sillón y la gran duquesa, una comedia filmada en blanco y negro dirigida por Carlos Schlieper sobre un guión escrito en colaboración con Alejandro Verbitsky y Emilio Villalba Welsh según el cuento "Las doce sillas" de Illia Ilf y Eugeni Petrov. 


La obra en cuestión se estrenó en 1943, y en ella es fácil rastrear cierta inspiración de los filmes de comedia paradigmáticos, como los de Ernst Lubitsch, quizás su clásico Trouble in Paradise que antecedíó en una década el intento de Schlieper.

La pieza dura apenas sesenta minutos, es muy pobre y muy pobres son también sus brillos (la copia que se proyecta poco ayuda en este sentido). El empuje de Olinda Bozán esta vez no alcanza. Tampoco el simpático Osvaldo Miranda que repite un monocorde "camarada" al noble ruso que lo observa con desaprobación.

Pero aquí se pretende destacar una escena, los cinco minutos del comienzo que son una verdadera curiosidad para el cine patrio. Se desarrollan durante la revolución bolchevique; es 1917 y estamos en Rusia, reza el cartelito, y los obreros y marineros de aquella parte del mundo andan armados, con antorchas y bien calientes arrasando todo a su paso. En la casa del Gran Duque las mujeres están aterradas... ¿Violación? ¿Ejecución sumaria? No, temen que les birlen sus valiosas joyas, las cuales finalmente la vieja criada ocultará en un sillón para que la trama continúa un cuarto de siglo más tarde en la Argentina. Casi un fino apunte sociológico acerca de las motivaciones conductuales de los ricos.



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