Está
leyendo de costado una columna de opinión de Bernardo Stamateas acerca de la
frustración. Dice en ella algo acerca de un bebé que quiere alcanzar una pelota
y cuánto mejor es que lo intente por los propios medios aunque tarde y falle
antes que sean los papás quienes le acerquen el juguete y listo. De la anécdota
pueril, simpática y canchera salta a cuestiones filosóficas, digámosles así,
generales y va hilvanando alguna conclusión, del tipo frustración + esfuerzo =
éxito según el cálculo feliz de la autoayuda.
De
pronto irrumpe la realidad más
inmediata, y el artículo afirma: “La inflación genera mucha frustración y un
pensamiento a corto plazo, pues el dolor, la ira y la angustia que genera el
hecho de no poder llegar a fin de mes le roba a la persona la capacidad de
planificar a largo plazo y vivir en el inmediatez del ahora. Por eso, construir
proyectos hacia adelante, a pesar de la frustración presente, puede ser otro
elemento a tener en cuenta”.
Epa,
larga el escrito porque él lo había elegido antes que las palabras cruzadas con
el simple objetivo de un recreo, pasar el rato, y ahora huele en él algo de
propaganda subliminal.
Se
levanta y va a cambiar la yerba del
mate. Sobre la mesa queda el diario, la pila de parciales que tiene que
corregir para lunes y, un poco más allá, la factura del agua que sólo dios sabe
cuándo podrá pagar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario