Finalmente el profesor
logró que hicieran el suficiente silencio como para que se pudiera escuchar
al estudiante de cuarto año que parecía congelado con el dedo en el play.
Cuando sus compañeros se lo permitieron dijo que iba a leer una breve presentación
y después verían la filmación.
“El autor de este video
se llama Eugene Mazurenko”, explicó e indicó a continuación
que se trataba de un joven ruso que había arrojado una cámara al estanque de
enfriamiento de la trágicamente famosa central nuclear. Después fue hacia
atrás y contó la historia: en Chernobyl, Ucrania, estaba ubicada una planta de energía atómica que
estalló en 1986, el 26 de abril de 1986, para ser más precisos; la explosión
tuvo efectos devastadores. En el momento murieron 31 personas, pero es
incalculable el daño causado en la salud de cientos de seres vivos, de
distintas generaciones. La mayor parte de la ciudad está
actualmente deshabitada por encontrarse en una zona de exclusión.
Hace unos días Mazurenko detectó
que en sus instalaciones hay vida subacuática, una enorme cantidad de peces de
distintas especies. Sin embargo, según Mazurenko, son mucho más grandes de lo
que deberían ser, por el efecto de los años de contaminación radiactiva. De inmediato corre la película que ilustra las palabras del presentador.
“Para mí están lo más
bien”, dice uno, “mirá cómo nadan esos guachos”. “Lo que sí es verdad es que son enormes, ¿sabés cómo me los morfaría?, le contesta
otro y desata la algarabía general, mientras el de Biología piensa que todo
está perdido. Que una vez más la inquietud de un alumno en vez de servir de
estímulo general suscita el peor sentimiento: la sordera.
“Chernobyl”, reflexiona
antes de mandarlos al recreo, “nunca será para ellos otra cosa que una palabra
metálica que retumba al final de una canción de los Redonditos de Ricota…”
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