Lo que
él contrató es una cuenta sueldo, ¿no?, así que no corresponde que le hagan
ningún tipo de descuento, ¿está claro? Así de taxativa es la letra de la ley.
¿Cuántas veces más se lo va a repetir a los empleados y a él mismo? Por
internet, a través de faxes e incontables palabras, escritas, habladas,
vociferadas, gritadas ya en el desborde.
Porque lo
cierto es que a él empezaron a descontarle según el rubro “gastos de
mantenimiento” en mayo. Se dio cuenta en el momento en que los retiros
burocráticos y automáticos ya iban por su cuarto capítulo, de casualidad,
cuando aburrido en una clase mientras los estudiantes hacían su prueba escrita
de cierre de trimestre se le ocurrió mirar bien el resumen de cuenta que
asomaba desde el sobre malamente abierto.
Cuando
preguntó en tesorería la contadora le dio la razón, lo mismo hicieron sus
colegas en la sala de profesores que veníen zafando de la plaga.
De
inmediato comenzó la guerra con los sonrientes y atildados habitantes del
Santander Río, verdadera raza aparte. No se trató de una blitzkrieg, sino de un combate de desgaste, anodino, moroso, pegajoso.
Duró dos meses y, desde el primer día, supo que en él le iba la vida y no dudó
de la necesidad redentora de una victoria.
Enfrentó
laberintos infinitos y más trampas que héroe de videojuego, pero finalmente
atisbó la luz al final del túnel y de inmediato un escueto mensaje por correo
electrónico lo anotició de su inapelable triunfo. Después de las disculpas del
caso, se le informaba que en los sesenta siguientes días el banco le devolvería los
descuentos indebidos que se le habían realizado, tomando como fecha de inicio
de la infracción aquella en la que él había elevado la voz y su queja.
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