viernes, 28 de junio de 2013

El entusiasmo


En la primera reunión no entraban en el aula. Los profesores de Historia, Geografía y Educación Cívica se sintieron conmovidos y afectados por la información y postergaron actividades laborales, la llegada a casa temprano, el cine o vaya uno a saber qué para acercarse hasta el lugar de la cita colectiva. La gente del gremio la organizó pero no mucho. Uno o dos oradores se limitaron a preguntar si ya conocían los avances de la Nueva Escuela Secundaria porteña, sus diversas orientaciones, las respectivas cargas horarias y los recortes que las mismas suponían para el área de las ciencias sociales, y tras cartón acercarron los datos básicos.


Hubo mucha y buena discusión; alguno dijo que esto iba a ser peor que la reforma menemista, otro ironizó acerca de que los profesores de historia iban a terminar dando Packaging uno, en fin: mil voces.
Quedaron en un nuevo encuentro para la semana siguiente, y esta vez la concurrencia había mermado notablemente. Eran apenas diez y se miraban las caras unos a los otros sin animarse a seguir adelante. El tema de la conversación -bien distinto al planificado originalmente- terminó siendo la respuesta a la pregunta: por qué vinieron tan pocos docentes. Una profesora, curtida por los sinsabores de la vida sindical, sonrió, trato de que no se propagara el desaliento y dijo que seguramente por ahora todos confían en que serán reubicados, es decir que no perderán horas de clase según reza el compromiso oficial. Hay que seguir adelante y armarse de paciencia, fue su conclusión.

Las dos chicas más jóvenes, que habían dedicado unas cuantas horas a redactar un documento a manera de síntesis y ordenamiento de los principales puntos de vista que se habían debatido la vez anterior, prefirieron dedicarse a filosofar sobre el entusiasmo. Tristes, intentaron capturar con sus palabras el carácter esquivo de esa particular naturaleza del espíritu humano.


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