Las
protestas continúan y se agigantan, casi al mismo tiempo en que las ciudades brasileñas
anulan, cuando quizás ya sea tarde, las alzas de las tarifas de transporte
público que echaron la nafta al fuego.
Rebota
ahora mismo, en el parlante de la radio, según escucha entusiasmado mientras se
calza para ir a la escuela Otras dos de las metrópolis más grandes revocaron
las alzas de las tarifas de transporte público que contribuyeron con el
comienzo de las mayores protestas realizadas en el país en varias décadas. San
Pablo y Río de Janeiro anunciaron la decisión ayer, miércoles, pero todavía no
lograron sacar a la gente de la calle.
Las
manifestaciones ya no se conforman con haber alimentado un movimiento en contra
del aumento del transporte; a poco andar se han agregado otros reclamos, como
la corrupción del gobierno, la inequidad, el empeoramiento de los servicios
públicos, la violencia de la policía y los gastos desmedidos para el Mundial de
2014 y los Juegos Olímpicos de 2016. La catarata de gases lacrimógenos que la
policía arroja todos los días sobre los manifestantes, los palazos y las
detenciones no han hecho sino enardecer al conjunto de la población, sobre todo
a los históricamente más castigados y postergados, los jóvenes.
Cuando
la madre le grita que se ponga otro calzado, más decente, ¿cómo va a ir a la
escuela con las zapatillas más rotas y viajas?, el muchacho la mira y sonriendo
le contesta: ¿Qué mejor cuando haya que
salir corriendo?
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