(Por
Renán Vega Cantor. Periferia, n. 101, Colombia, noviembre de
2014)- La universidad empresarial se concibe como un negocio, que no
se diferencia de ningún otro, en razón de lo cual la educación se
convierte en una “industria”, cuyo objetivo supremo radica en
obtener un producto mercantil (un título), para lo cual existen
insumos, que son los estudiantes, y administradores de esos insumos
que son los profesores. En concordancia, la educación debe funcionar
como cualquier otro proceso productivo, como quien dice se debe
buscar la eficiencia, la eficacia, la productividad (rendimientos),
la calidad y excelencia del producto final. Tratemos de examinar el
sentido de algunos de estos términos cuando son trasladados a la
educación.
Eficiencia
Por
eficiencia se entiende alcanzar un resultado previsto de antemano, en
el menor tiempo posible y con un mínimo de recursos. Se suele
sintetiza en la máxima: “hacer más con menos”. Se aplica, por
ejemplo, a la producción de automóviles, en cuyo proceso de puede
pasar de producir uno por semana, empleando a ocho operarios a
producir uno por día empleando a seis. En física se habla de
eficiencia para indicar la relación existente entre la energía que
se invierte y la que se aprovecha en un sistema o procedimiento
determinado. En el ámbito gerencial, el vocablo significa que en una
empresa se deben usar de la manera más adecuada los recursos con los
que se cuenta (humanos, tecnológicos, financieros, físicos) para
conseguir sus objetivos y maximizar sus ganancias.
Cuando
este vocablo se traslada a la educación, suele ser interpretado como
lo hace la Cepal: “En el campo educativo se pretende minimizar el
costo de los insumos requeridos para maximizar la cobertura. Ésta es
una condición necesaria para alcanzar los fines
perseguidos. La condición suficiente es que
paralelamente se aumente la calidad de la educación, desigualmente
distribuida en función de la estructura social vigente”. Sin mucho
esfuerzo, se hace una transposición mecánica de la concepción
dominante en la gerencia y la economía a la educación, y se plantea
que para asignar recursos (inversión de capital en infraestructura,
bibliotecas, pupitres, laboratorios, profesores, administradores…)
es preciso disminuir sus costos –es decir contratar menos
profesores, reducir la infraestructura, cerrar laboratorios– y, en
forma simultánea, aumentar la cobertura, o sea, el número de
estudiantes por aula de clase y profesor.
¿Qué
tan lógico y legítimo resulta trasladar la noción de eficiencia de
una empresa que produce, por decir algo, tornillos, a la educación
en la que se forma a seres humanos? El Banco Mundial y quienes
conciben a la educación como una mercancía pretenden que la
educación sea más eficiente, lo que quiere decir que cada vez se
utilicen menos recursos para producir más y mejor educación. Si
antes un profesor les dictaba clase a 20 estudiantes en un aula, su
labor será más eficiente si les imparte docencia a 500 estudiantes
desde la misma aula. Y eso, en efecto, se puede hacer agrupando a los
estudiantes en un teatro, o retrasmitiendo la clase presencial del
profesor por televisión o internet al grupo ampliado de alumnos. ¿En
verdad la labor educativa es más eficiente, cuando la formación
puede medirse en términos cuantitativos? Es obvio, que resulta mucho
mejor establecer una relación directa con un grupo pequeño o
mediano de estudiantes, porque se puede efectuar un seguimiento más
cuidadoso, que si se despersonaliza hasta tal punto la relación
maestro-estudiante que el primero se pierde entre una gran
muchedumbre de oyentes, como si fuera una vedette de la
farándula.
Eficacia
Significa
la capacidad de alcanzar un objeto propuesto, como cuando un equipo
de futbol gana un partido, no importa si haya jugado bien o mal, lo
importante es que obtuvo un resultado favorable. Se puede ser campeón
mundial de futbol recurriendo a la garra uruguaya, como en 1930 y
1950, o al juego bonito de Brasil en 1970, o al infame
catenaccio de Italia en 1982, o a las trampas de la Argentina
en 1978. No importa qué método se haya utilizado, lo que interesa
es el resultado, esto es, la eficacia. En el ámbito gerencial y
económico se le concibe como cumplir objetivos, lograr resultados y
realizar actividades que permitan alcanzar las metas fijadas.
Esta
noción aplicada a la educación se ocupa de registrar y cuantificar
los resultados, medidos a partir de promedios de los alumnos en un
período escolar o en el número de estudiantes que se gradúan,
porque supone que es posible determinar con precisión el valor
añadido que las instituciones educativas aportan. Este tipo de
perspectiva se centra en indicadores económicos como los resultados
de los estudiantes en pruebas nacionales o internacionales, el valor
de los insumos escolares, o el porcentaje de estudiantes que desertan
de la universidad. Para quienes esto postulan no interesa saber cómo
se han alcanzado los resultados escolares, y si éstos son auténticos
o no, lo que vale es el resultado como tal. Está claro que dicha
concepción se centra en la idea de competir con otros para alcanzar
los mejores resultados cuantitativos, lo cual en educación también
es muy discutible, porque desconoce variables significativas como el
contexto en el que se desenvuelven las instituciones, la procedencia
social y de clase de los alumnos, la remuneración y condiciones
laborales de los profesores, el tipo de infraestructura y dotación
con que cuenta una institución universitaria. Adicionalmente, no
tiene en cuenta que uno de los fines de la educación antes que los
mismos resultados es el proceso de formación, con miras a propiciar
una educación integral y diversa de los estudiantes, que les sirva
para la vida antes que para mostrar un resultado en una prueba
determinada.
Productividad
La
productividad en economía se mide en cantidades producidas, que se
pueden cuantificar de manera concreta. Si un obrero produce
mensualmente cinco mesas en una fábrica y otro en las mismas
condiciones produce cuatro, el primero es más productivo que el
segundo. A una mayor productividad mayor ganancia para una empresa y
por ello en administración se denomina gestión de calidad
a la búsqueda de mecanismos que permitan aumentar la productividad
y los beneficios de una determinada empresa.
Una
de las nociones más chocantes e ilógicas es la de hablar de
productividad educativa y sin embargo esa idea existe y la difunde el
pensamiento neoliberal, para el cual en educación productividad
supone obtener mejores resultados con un menor esfuerzo, o que la
inversión económica en “recursos humanos” (como se denomina a
los profesores) debe generar un elevado rendimiento. Por ello, los
profesores de la educación universitaria deben demostrar una elevada
productividad para compensar con creces los costos que en ellos se
han dispensado; productividad que se manifiesta en términos
cuantitativos y cualitativos –aunque estos no quedan muy claros–
en productos, valores y servicios que dispensan los seres humanos
empleados en la actividad educativa. A los profesores se les atribuye
la responsabilidad principal, de acuerdo a su nivel de productividad
económica, en el buen o mal funcionamiento de la educación
superior.
Calidad
En el ámbito empresarial se entiende por calidad al desarrollo
eficiente de un producto, de tal manera que se cumplan unas
especificaciones de diseño. En términos económicos generales se
considera que calidad quiere decir desarrollar un producto o servicio
que satisfaga plenamente al comprador y que no tenga defectos. En la
idea de calidad siempre se enfatiza en la relación que se tiene con
un consumidor, quien juzga o determina si el producto ofrecido cumple
con las especificaciones prometidas, y por lo tanto es de calidad.
Para la Organización Internacional de la Estandarización (ISO, por
sus siglas en inglés) calidad es “el grado por el cual un grupo de
características inherentes cumplen fehacientemente los
requerimientos especificados”. Finalmente, en el mundo gerencial,
donde se introdujo la noción de calidad total, se considera que la
calidad consiste en generar un producto con la máxima eficiencia
durante su producción y que satisfaga al cliente.
En
un principio, calidad se utilizaba para referirse a un producto
material, por ejemplo un enchufe, un martillo o una herramienta, para
decir, por ejemplo, que un destornillador era de buena calidad. Esa
denominación se usaba para catalogar a objetos materiales, pero
desde la década de 1980 el vocablo se hizo extensivo, vía
neoliberalismo, a los “servicios públicos” en el que se incluyó
a la educación. En 1983 en los Estados Unidos, en el Informe
de la Comisión Nacional de Excelencia en Educación (conocido
como Una nación en riesgo), se habla por primera vez de
“calidad educativa” como un lineamiento de política por parte de
un Estado.
Al
introducir la noción de calidad en la educación se involucran en
los sistemas educativos aspectos propios del mundo empresarial, tales
como el control de calidad, mejoramiento de calidad, aseguramiento de
la calidad. Con todas estas denominaciones tecnocráticas se sostiene
que la educación es una empresa o una industria que produce
mercancías, y esas mercancías deben estar sujetas a procesos de
control que apunten a generar mejores resultados, que pueden ser
cuantificados y estandarizados. En consonancia, se establecen
mecanismos y organizaciones externas a las escuelas y universidades
que se encargan de certificar y de acreditar que una institución es
de “calidad”, y a las mismas se les concede el rotulo que las
califica como de “alta calidad”.
Como
la calidad total proviene del mundo de la gerencia, a
la educación se le atribuyen los mismos atributos que se le exigen a
cualquier empresa: eficiencia, rendimiento, productividad
incrementada a bajo costo, satisfacción de los clientes,
competitividad, eficacia, innovación, rentabilidad, éxito y
excelencia… Además, se supone que alcanzar todas esas metas debe
ser una responsabilidad del centro educativo, de sus directivos y
profesores, los cuales deben ofrecer una mercancía de calidad, en
abierta competencia con todos los otros centros educativos, para
satisfacer los gustos de los clientes.
Excelencia
El
término “excelencia educativa” está en consonancia con el de
calidad y ha sido usado en el mismo sentido, para referirse a una
institución en la que desaparece el conocimiento, se privilegia el
manejo de información y lo que se enseña a los estudiantes está
determinado por los intereses y necesidades de los empleadores. Una
institución de excelencia es simplemente una empresa educativa, en
la que prima la eficiencia y la productividad para beneficios de los
capitalistas del sector. No tiene ningún sentido suponer que la
noción de excelencia educativa puede ser un sustituto de calidad
educativa y puede ser reivindicado por una pedagogía crítica. De
ninguna manera, porque los dos términos están emparentados, forman
parte del mismo proyecto mercantil y privatizador de la educación
pública y ambos están inmersos en el proyecto de convertir a la
educación en un negocio, signado por la búsqueda insaciable de
obtener ganancias económicas que beneficien a los “señores de la
educación”. Como lo dice la pedagoga Rosa María Torres: “Detrás
del frio lenguaje tecnocrático y la impersonalidad de las cifras no
hay historia, no se percibe una pizca de cultura, algo que permita
entender qué clase de país es éste, por qué y cómo llegó a
donde está, cómo es su gente, su juventud, sus maestros…, que
piensa la gente sobre la educación que tiene, que clase de educación
querría tener”.
Excelencia
se ha convertido en una muletilla que usan las universidades para
promocionarse y presentarse como las mejores instituciones
educativas. Así, la Universidad Andrés Bello de Chile sostiene:
“una universidad que ofrece, a quienes aspiran a progresar, una
experiencia educacional integradora y de excelencia”; la
Universidad de Antioquia habla de “ Principios y líneas de acción
para nuestra excelencia”, en donde utilizando un lenguaje propio de
los cowboys del lejano oeste sostiene: “La Universidad de Antioquia
no permanece tranquila, su actitud expectante, como debe tenerla toda
institución de educación superior, le permite actuar bajo el estado
de alerta. Sin dramatismos ni agresividad, pero siempre atenta a
cualquier elemento que ponga en riesgo la búsqueda de la excelencia
en el cumplimiento de su misión”. En la Universidad de Murcia,
España, a los grupos de investigación más afamados se les denomina
“Grupos de excelencia”. No sólo las universidades dicen ser de
excelencia, sino que todo el aparataje burocrático que las rodea en
la actualidad, como las comisiones de acreditación, también se
presentan como la expresión máxima de la excelencia, algo que en sí
mismo hace dudar de un término tan manoseado en el ámbito de la
educación universitaria.
En
la actualidad el ideal cultural de esta institución es reemplazado
por el discurso vacío de la excelencia, lo que quiere decir que el
estudiante que antes era prefigurado como el futuro ciudadano, ahora
es un simple cliente, cuya función es la de comprar, pagar, consumir
y reproducir la mercancía educativa. Excelencia es un cascaron vacío
que se usa para colocarlo como rotulo a todo aquello que se quiere
vender y que se utiliza para atraer clientes. Ya no importa el rigor
de los profesores ni de los estudiantes, ni el contenido de las
clases o de las investigaciones, puesto que ahora solo basta la
excelencia, que es una idea superficial, sin referente alguno, porque
excelencia sustituye, nada ni más ni nada menos, que al concepto de
formación cultural.
Conclusión
Diversas
denominaciones propias del mundo empresarial han sido trasladadas al
terreno de la educación, con lo que a esta última se le reduce a
una especie de industria. Los efectos de este lenguaje tecnocrático
neoliberal en la educación son funestos, ya que una significativa
parte de la sociedad deja de concebir a la educación como un derecho
que tiene características particulares, puesto que trata con seres
humanos y no con cosas inanimadas –como tuercas, tornillos,
automóviles, televisores–. Cuando eso acontece se desconocen las
diferencias de contexto y personalidad, diversas procedencias de
clase, distintos ritmos temporales, resultados a mediano y largo
plazo, a la hora de juzgar la pertinencia o no de un cierto tipo de
educación. Estas diferencias, que tienen que ver con la sociedad, la
cultura, la economía y la política, desaparecen en la jerga
empresarial que ha llegado a la educación, a la que mide con los
mismos criterios que se evalúa la calidad de unas papas fritas, o el
motor de un carro, o la pantalla de un computador…, y se evalúa
con los mismos raceros de productividad, eficiencia y eficacia que
caracterizan la producción de cualquier mercancía en la sociedad
capitalista.
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