En
la media hora que hoy le toca para almorzar decide ir a tomar un poco
de aire y carga el tapercito del arroz con aceitunas y atún y la
botella de agua hacia la plaza con más cemento que pasto; reza para
que esta vez le sea dado encontrar algún banco libre a la sombra.
Está por cruzar Callao cuando advierte el cartel pegado prolijamente
con cinta scotch sobre la columna de metal verde y se detiene a leer.
La
convocatoria dice: “Frente a las devastadoras consecuencias de
estas prácticas sistemáticas, la Red de médicos de pueblos
fumigados, Paren de fumigar y la Unión de Asambleas Ciudadanas
convocan las comunidades educativas y a todos los que quieran adherir
y solidarizarse con esta lucha, a una audiencia pública el día
martes 28 de octubre de 2014 a las 16 horas, en el Congreso de la
Nación argentina”.
Al
costado de las letras grandes y negras se puede ver la imagen de un
avión fumigador y un poco más abajo la conocida señal vial que le
indica a los automovilistas que reduzcan la velocidad porque hay un
colegio allí cerca. Y se imagina entonces la escena de un filme de
terror: un grupo de chicos dispuestos a comer, como él ahora, en el
tiempo del recreo largo, cuando de repente un aeroplano los cubre con
su sombra y de inmediato los baña con pesados y fluorescentes
venenos. En ese instante el estruendo de algún motor lo despierta de
la pesadilla diurna, y se pregunta cómo es posible que exista un
mundo en el cual el sustantivo “escuelas” permita que el adjetivo
“fumigadas” se le vuelva una calificación habitual.
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