Se le escapó. No se lo quiso
decir con mala onda o que al otro le sonara como una gastada, aunque, claro,
las palabras son las palabras. Fue un exabrupto espontáneo, fruto del enojo.
Pero un docente es un docente, ¿no?, y a un adolescente sus dichos pueden pesar
lo que un oráculo. Así que de inmediato se arrepintió y pidió las disculpas del
caso.
Lo que pasa es que después
del examen que le entregó, y después de haber insistido clase tras clase con
dos o tres cuestiones básicas de la gramática cualquiera engrana, se dice el
profesor como para tranquilizarse. Aunque sabe que lo de “catástrofe de la
lengua” fue mucho, y mucho peor lo de “vaya uno a saber qué futuro te espera
cuando salgas del colegio…”.
Qué seré no sé, se dice
el muchacho que vuelve caminando solo hasta su casa, sin apuro para el almuerzo.
Pero dada "la evidente dificultad para la sintaxis y el manejo de vocabulario",
concluyen los pensamientos que ahora mismo abarrotan su mente, mi futuro seguro
no está en el arte.
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