(Por Marina Filippi y Sebastián Lorenzo Pisarello. APA! Agencia de Prensa Alternativa, Tucumán, jueves 3 de octubre de 2013)- Nos quieren callados. Nos quieren sumisos. Con los resabios de un régimen que tildaba de “potenciales subversivos” a aquellos que se atrevieran a pensar independientemente, hoy las autoridades están en jaque frente al despertar de los jóvenes.
Trataron de silenciarnos, identificando a los “revoltosos”, sin darse cuenta de que somos todos. Trataron de amedrentarnos con promesas de consecuencias nefastas, sin escuchar nuestros reclamos.
Y nos amenazan con la prepotencia desde un lugar no ganado, sin notar que nos protegemos entre todos. Y autorizan picanas y armas para “mantener el orden” –su orden- sin notar que ha caducado, que no nos representa, que ya no tememos el escarmiento. Sin notar que la lucha sigue, cada vez más fuerte. Son ellos quienes temen.
Fue en 1911 la primera vez que se festejó el día del estudiante. Desde el poder político y económico de la época, la celebración se vio con buenos ojos, porque se pensaba que la juventud era garantía de progreso. Algunos años más tarde, en contexto de la dictadura, el poder consideraba a los jóvenes estudiantes como una amenaza al orden que garantizaba su permanencia. La politización se vio estigmatizada (y esto sigue vigente hasta hoy), sin pensar que cada uno de nuestros actos, al suponer decisiones, es político. Se trató de combatir y destruir a quienes cometían el “pecado” de pensar, “potenciales subversivos” que ponían en riesgo el conjunto del cuerpo social, el statu quo que eternizaba a los poderosos de turno.
Hoy recuperamos las calles y la voz que nos fue quitada. Volvemos a ocupar los espacios que nos pertenecen, y retomamos una tradición de lucha diezmada por los años del horror, que hoy volvimos a alzar firme y fuerte. Y nuestras voces cantan: “Alerta que están vivos todos los ideales de los desaparecidos”.
Abrazamos a las causas de otros estudiantes y aunamos el reclamo por un mejor futuro. Tomamos en nuestras manos el timón del cambio: votamos, hablamos, opinamos, exigimos, informamos, construimos, compartimos, decidimos, creemos, crecemos.
Convocamos marchas a las que se nos suman más y más voces. Cada vez más estudiantes se comprometen con nuestra causa, los docentes nos acompañan, así como muchas otras organizaciones sociales, reafirmando la certeza de que nuestros reclamos son legítimos y necesarios. Nos conmovemos cuando a nuestro paso sentimos el apoyo cada vez más visible de la sociedad, no disimulamos la emoción que se traduce en aplausos y en un cada vez más fuerte “Nos ven crecer y no nos pueden detener”. No callamos.
Porque nos cansamos de mirar para otro lado, y de que los responsables miren para otro lado, en nuestra provincia que es la cuna de la impunidad. Y como en aquellos años, hoy reina el “yo no sé nada, yo no vi nada, yo no estaba”, la indiferencia, la apatía. Nuestra historia nos ha demostrado que fuimos víctimas del silencio, y no podemos volver a permitirlo. Cantar, gritar, escribir. No callar nunca. Desde afuera, nos quieren dividir, buscan debilitarnos enfrentándonos con nuestros compañeros. Los medios nos muestran como caprichosos, manipulables, acríticos, botín de luchas por el poder; votos, no personas. La realidad choca contra ese discurso y cualquiera que se atreva a verla por sí mismo puede notarlo.
Los más conservadores, que viven en la resignación del “podríamos estar peor”, pretenden deslegitimizar una lucha que es por todos, y en la que todos deberíamos intervenir. Apelan a “aulas llenas” como emblema de lucha contraria, sin notar que es por lo que luchamos todos.
Los derechos “nominales”, sin realización efectiva, no son derechos, son promesas. Y como tales, debemos hacerlas cumplir. La educación es esencial para toda persona y para la sociedad en su conjunto, y por eso debe ser promovida y protegida para que alcance a todos, sin obstáculos, sin límites. Porque es un derecho para todos hay que impedir que se transforme en un privilegio clasista. Para poder de verdad llenar las aulas y que seamos nosotros la promesa efectiva de un futuro mejor para toda la sociedad. Por eso luchamos.
La educación a la que estamos acostumbrados nos disciplina para que aprendamos a ocupar el espacio que más les conviene a las autoridades, educándonos en la sumisión y en una alienación de la que ahora estamos despertando. No queremos ser serviles a un mundo en el que somos un engranaje, inhabilitados para pensar, para actuar. Silenciados. Deberemos tomar conciencia para poder salir de esa alienación, ser los seres críticos y pensantes que ostenta como objetivo la educación, pero que al poder no le conviene, le incomoda y teme.
Nunca antes vi más claramente cómo la educación universitaria sale de las aulas para instalarse en la vida: en el aprendizaje cotidiano, en el trato con el compañero (que tampoco nunca antes había visto, absorbida por los tiempos y exigencias de las clases), en la charla, en el debate, en la discusión, en la creación conjunta. Estamos haciendo efectivo el objetivo real de la educación, que es aprender a pensar de manera autónoma, y no sujetos a programas que establecen qué es lo que debemos pensar.
En primavera, la naturaleza nos da el mejor marco para que florezca también la lucha, que va teniendo sus frutos, que viene con perfume de cambios, y fecunda de conciencia crítica. Hoy apartamos por un instante los libros para aprender de la vida. Hoy cambiamos los festejos por la lucha, para que mañana todos tengamos motivos para festejar, y no sólo algunos privilegiados. Hoy somos protagonistas todos. Porque somos jóvenes y tenemos por qué luchar. Nunca más mirar para otro lado.
Demostramos a cada paso que el compromiso con el futuro sigue firme, que el cambio es cada vez menos utópico. Somos el presente para crear el futuro que queremos. Y aceptamos el desafío.
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