No se los dijo con mala
onda ni con tono amenazante, pero igual las palabras pesan. Un maestro es un
maestro, ¿no? Las palabras pesan y como elefantes si encima el docente viene
gastando las horas de clase y, lo que es peor, las horas de ocio de los últimos
fines de semana para que sus alumnos repunten en su lucha contra los habitantes
de la tierra de la gramática. Y en ese cometido toma las propias iniciativas de
los estudiantes, como apoyarse, en lugar de los manuales y los textos
esperables, en canciones, películas y series de la televisión.
Sucede que siente
particular frustración por el naufragio de quienes, ya no solo presentan los
esperables problemas con la comprensión de textos, sino que ni siquiera pueden
hilvanar las frases para darle inteligibilidad a un relato oral sobre un tema a
elección.
Así que, después del
intento definitivo y la respuesta anómica de costumbre, decidió que esta vez no
iba a dejar que volvieran a su casa, caminando en cámara lenta y masticando un
chicle apurado hasta la llegada del almuerzo. No. Esta vez los tres se quedan
después de hora. Los tres pibes observan impotentes cómo el resto de sus
compañeros se marchan apurados mientras ellos se tienen que quedar sentados y
completar los ejercicios que asoman en el montoncito de fotocopias abrochadas
que el de Lengua acaba de repartir. “Tres
tristes tigres”, dice uno despidiéndose burlón de los condenados; “No, ¡tres
tristes gatos!” lo corrige la chica que es la última en salir del aula.
Cuando uno de los
jóvenes, tensando su mejor fibra heroica, intenta argumentar sin mirarlo a los
ojos que ya nadie hace que se queden castigados “después de hora”, el docente
le contesta burlón: “¿Cómo que no? ¿No te acordás de aquel capítulo de los
Simpson…?”.
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