Axelle
Ropert nació en 1972 en Francia, y es una periodista y crítica
de cine, que en cierto momento, después de trabajar con Serge Bozon, se atrevió
ella misma a lanzarse a la pantalla grande. Primero con algún cortometraje, un
documental y en 2009 con su único filme: La familia Wolberg, que desde hace
un tiempo se puede ver en la televisión paga por el canal Isat. Aparentemente
está poniendo fin a su segundo largometraje en la actualidad.
La familia Wolberg
es un filme extraño que gira en torno a la figura del padre, el judío Simón,
que ya se confiesa con su padre, ya con la tumba de su madre, tratando de
encontrarle un sentido a su vida en particular y a la vida en general. La
oscuridad, precariedad y forma amenazante con que la realidad se le presenta intenta
ser conjurada con un temperamento en apariencia seguro y firme en sus valores.
Así se desempaña como alcalde de una pequeña localidad francesa y, sobre todo,
como faro que protege la estructura familiar. Se mete en la vida de los demás e
incluso para alguno que ha sido abandonado por su mujer le escribe sin pedir
permio la carta que supuestamente le permitirá recuperar a la desertora. Ero ocurre
que su propia esposa, Marianne, ya no lo soporta, y otro tanto ocurre con su
hija Delphine que ya ha decidido marcharse con su novio Philippe al día
siguiente de cumplir los dieciocho. A su hijo Benjamin, quien más lo quiere, lo
obliga a ir a la casa del amante de su mujer, el rubio Daniel, para que descubra
que tiene en el tocadiscos la canción preferida de su mamá…
Otro tanto ocurre con
su simpático, guitarrista y vagabundo hermano Alexandre, quien frente a la firmeza
de roca de Simonj se autodefine como alguien que transtira el mundo de manera
desenfocada, “como un hombre tímido en medio de la tribuna que observa un partido
de fúrbol”. Uno de los mayores méritos de la película está precisamente en ese
cuidado “poetizante” de los diálogos, y las frecuentes y brumosos máximas que
definen psicologías.. Banjamin, por ejemplo, no entiende bien a qué se refiere
su padre cuando trata de cuidarlo del destino de su tío advirtiéndole: “Los
bohemios no están del lado correcto de la vida”.
Todo eso en el medio de
la música soul yanqui de los sesenta y setenta que sirve de banda de sonido a
la historia y que Simón, el personaje, ama; los retratos de sus principales cantantes,
negros y negras, se amontonan en una pared de su casa encima de una vela que
los ilumina con luz de santuario. Cada tanto Simón repasa los rostros y triste
observa que los rostros se han ido arrugando. Para colmo aparece un cáncer de
pulmón. En fin, búsquenla.
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