Corría marzo de 1972 (al parecer el día 16) cuando el
director Manuel Antín dio a conocer su Juan
Manuel de Rosas, cuyo guión pergeñó junto al historiador José María Rosa.
La película es un bodrio, porque no falta ninguno, como en el Billiken: ni Manuel Dorrego (Alberto
Argibay), José María Paz (Sergio Renán) o el resto de las esperables
estampitas, pero sobre todo porque todos visten, hablan y actúan como
estampitas. El pobre Rodolfo Bebán hace lo que puede cargando sobre sus huesos
al padre de Manuelita, pero está a años luz de lo que no mucho después lograría
con su apabullante interpretación del Juan
Moreira de Leonardo Favio. Puf, los zigzagueos del arte.
De casualidad volvimos a ver el filme y lo que nos llamó
poderosamente la atención es el tratamiento de la figura de Rosas, de sus
contrincantes -los salvajes unitarios-, del episodio del fusilamiento de
Dorrego y de la batalla de la Vuelta de Obligado contra las fuerzas
franco-inglesas (o mejor anglo-francesas, para que la palabra doble no apeste a
perfume). En síntesis, el mensaje global es el mismo que hoy los notables
neo-revisionistas a la Pacho O’Donnell le han vendido al gobierno de Cristina Fernández
de Kirchner a cambio de algún presupuesto y espacio para sus institutos y
buenas obras, con la publicitada razón de estar abriendo un camino diferente,
democrático y popular, adversario al elitista y conservador del de la academia,
para el tratamiento de la historia de la patria.
Hasta el mensaje que desde el oficialismo se busca
transmitir en la actualidad al conjunto de la población está allí, en aquel Juan Manuel de Rosas versión Antín, en
nada ha cambiado, y es el consabido: “Argentinos, si nos unimos todo lo
podemos…”, es decir la prioridad de la “identidad nacional”, que, de paso,
sepulta todo tipo de diferencia en la cruzada por la argentinidad al palo,
sobre todo las diferencias sociales que separan a muchos millones de unos
pocos.
O sea, que no hay nada nuevo bajo el sol. Vean la película,
es toda una experiencia de sabiduría advertir que no hay distancia entre el hoy
y aquel “mensaje” de unidad que fatigaba a los argentinos en tiempos del
emotivo Roberto Rimoldi Fraga y de su suegro el general y presidente don
Agustín Lanusse.
Lo curioso es que, charlando el caso con algunos docentes de
Historia, se puede observar la siguiente paradoja que se enreda de acuerdo a
dos términos que se ligan de manera inversamente proporcional. Mientras en las
escuelas -sobre todo en las de nivel medio, claro, pero en realidad en todas
ellas- maestros y profesores se han formado y enseñan tratando de esquivar,
cada vez con mayor fundamento y sentido común, las estampitas, el
relato-para-niños y los cuentos llenos de próceres buenos, cada vez más la
versión de los medios masivos de comunicación, sobre todo en su intencionada
novela oficial, sobreabunda en los estereotipos, la simplificación y, claro, la
mentira.
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