jueves, 14 de mayo de 2020

La virtualización forzosa de una educación vaciada


(Por Daniel Sierra, Tribuna Docente, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, jueves 7 de mayo de 2020)-  La crisis capitalista mundial dio el salto hacia la depresión internacional porque el coronavirus encontró un huésped perfecto sobre el cual instalarse.

El descalabro educativo que desencadenó el Covid-19 en la educación argentina se explica, a su turno, por el histórico hundimiento de la escuela pública de parte de todos los gobiernos capitalistas desde hace décadas.

A 47 días de cuarentena, la educación argentina está peor, tal cual Romina Del Plá le señaló que ocurriría al ministro nacional de Educación, Nicolás Trotta, en la reunión de la comisión de educación de la Cámara de Diputados, a días de iniciado el aislamiento social obligatorio. Si no se revierte la política de ahogo presupuestario y de devaluación educativa -le advirtió Romina- y se mantiene el pago de la deuda a los acreedores usurarios, la educación saldrá peor de lo que entró en esta cuarentena.

Un diagnóstico certero

Casi la mitad de los niños y adolescentes del país no tienen computadora ni acceso a banda ancha para hacer sus tareas: un 48,7% no tiene PC y un 47,1% no cuentan con wifi en su hogar, según el Observatorio de la Deuda Social Argentina. Esta proporción se eleva a siete de cada 10 en el estrato social más bajo (La Nación, 9 de abril de 2020). Estamos hablando de alrededor de 8 millones de chicas y chicos.

El problema no incluye sólo a los alumnos. Según el gremio que representa a los docentes de la educación privada, Sadop, el 63% de los docentes de escuelas privadas no tienen una computadora propia en sus casas. Los docentes que trabajan en las privadas son los mismos que lo hacen en la educación pública, lo que describe una situación masiva de carencias tecnológicas también en la docencia.

A su vez, según el ministro Nicolás Trotta, menos del 40 por ciento de las escuelas tienen conectividad.

Finalmente, también es la realidad de la universidad: comenzado mayo, el director del Ciclo Básico Común de la Universidad de Buenos Aires –la unidad académica más numerosa- dirigió una nota al conjunto de los profesores señalando que la UBA estaría culminando la construcción de un campus virtual y que hasta que ello se efectivice no podrá desenvolverse ninguna actividad normal, porque el ingreso on line a la plataforma de la principal universidad del país de parte de docentes y alumnos del CBC simplemente la colapsaría.

Y si tomamos los datos del Enacom de 2020, de regreso a manos nacionales y populares, muestran que “más de la mitad de las conexiones nacionales (el 54,11%) tienen una velocidad menor a 20 Mbps, lo que -afirma el estudio- no asegura actividades sincrónicas. Es decir que no se pueden hacer clases a distancia con plataformas educativas ´premium´, que incluyen videoconferencia al estilo Zoom, Google Meet o Jitsi, entre otras funciones”, (Clarín, 20 de abril de 2020).

En estas condiciones, la continuidad pedagógica desde los jardines maternales hasta la universidad es a puro esfuerzo de las y los docentes. Sin clases presenciales ni educación a distancia.

“Cada hogar, un aula”: frustración para alumnos y padres

“Que cada hogar sea un aula” fue el lema del alcalde de Nueva York en medio de la brutal crisis sanitaria que asola a este centro del imperialismo mundial (Agencia Reuters). Pero se toparon con que “la red pública de enseñanza neoyorquina cuenta con un alto nivel de niños pobres y, al menos, 114.000 carecen de techo. Residen en refugios”. En consecuencia, “los educadores se han encontrado con la cuestión de que numerosos hogares de Nueva York, máxima expresión del primer mundo y del cuarto– no disponían de un ordenador con el que conectarse a la escuela” (ídem). Los que apreciaron con beneplácito la situación fueron los dueños de Apple, que vendieron al Estado neoyorquino 300.000 iPads para prestarlos a otros tantos estudiantes que los necesitan para sus clases.

La tendencia capitalista de convertir a cada hogar en un aula tiene por objeto reducir escuelas, alumnos y docentes. Pero en un país atrasado como Argentina, la situación es aún más frustrante. “El aislamiento logró mostrar que la idea de aprender en casa se complica cuando la casa no ofrece lugar adecuado ni condiciones mínimas. Y cuando no hay adultos preparados para acompañar” (Mariano Narodowski, ex ministro de Educación de Mauricio Macri en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires).

Efectivamente. Y esa frustración envuelve a todos, y también llegó a la universidad. Un informe elaborado por la Universidad de San Andrés –difundido en la cuarta semana del aislamiento social, preventivo y obligatorio– “detectó que la mitad de sus estudiantes considera que no es clara la nueva forma de trabajo a distancia, al menos en la totalidad de las materias”, y que se sienten perdidos sin el acompañamiento de los profesores (Revista Viva, 30/4). Además, un 30% manifestó necesitar “liberar tiempo impuesto por obligaciones familiares o domésticas” y un 22% “mejorar su conectividad a Internet” (ídem). Estamos hablando de una de las universidades privadas más elitistas y caras del país. En la sede de Neuquén de la Universidad Nacional del Comahue, las dificultades que deben sortear las y los alumnos/as llevaron a un 50% de abandono del total de los ingresantes.

“Cada hogar, un aula”: desocupación y precarización para docentes

Así como el Ciclo Básico Común se prepara para convertir a cada hogar en un aula, lo mismo declararon las autoridades de la Dirección General de Cultura y Educación de la provincia de Buenos Aires. Eso sobra para indicar que es una tendencia general que se pretende imponer, y que hoy ha dejado a centenares de miles de docentes sin trabajo.

Se trata de avanzar en una mayor presencia de una modalidad que no puede reemplazar el vínculo de alumnos y docentes en el proceso de aprendizaje, aprovechando el cuadro que ha impuesto la crisis del coronavirus.

Alejandro Artopoulos, doctor en Sociedad de la Información y el Conocimiento y director de Investigación y Desarrollo del Centro de Innovación Pedagógica de la Universidad de San Andrés lo grafica claramente: “el docente cree que dar clase es una actividad que dura un tiempo limitado y es en un lugar, el aula. Pero a distancia esto cambia. No quiere decir que se transforme en un docente 7x24, tiene que repartir el tiempo durante la semana en línea y luego cada una o dos semanas hacer un contacto en vivo”.

Mariana Maggio, directora de la maestría en Tecnología Educativa de la Universidad de Buenos Aires completa el panorama: “no vamos a estar 8 horas como antes, estamos formulando propuestas por las cuales tendremos presencia los cinco días de la semana, y cuando tengamos una comunicación en vivo, sincrónica, pondremos todo en esas horas: las ideas, el cuerpo, la voz”.

Menos profesores, que ponen la vida. Menos alumnos, que reciben una educación dirigida, unilateral y devaluada, siempre y cuando puedan costear el negocio de la educación a distancia.

La “continuidad pedagógica" de Nicolás Trotta fracasó, pero además propugnamos la defensa de una educación integral, social y colectiva para los hijos de los trabajadores, que forme omnilateralmente, con todos los sentidos y todos los recursos al servicio de entender la realidad y modificarla en servicio de las mayorías populares.



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