(Por Daniel Sierra, Tribuna Docente, Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, jueves 7 de mayo de 2020)- La crisis capitalista mundial dio el salto
hacia la depresión internacional porque el coronavirus encontró un huésped
perfecto sobre el cual instalarse.
El descalabro educativo
que desencadenó el Covid-19 en la educación argentina se explica, a su turno,
por el histórico hundimiento de la escuela pública de parte de todos los
gobiernos capitalistas desde hace décadas.
A 47 días de
cuarentena, la educación argentina está peor, tal cual Romina Del Plá le señaló
que ocurriría al ministro nacional de Educación, Nicolás Trotta, en la reunión
de la comisión de educación de la Cámara de Diputados, a días de iniciado el
aislamiento social obligatorio. Si no se revierte la política de ahogo
presupuestario y de devaluación educativa -le advirtió Romina- y se mantiene el
pago de la deuda a los acreedores usurarios, la educación saldrá peor de lo que
entró en esta cuarentena.
Un
diagnóstico certero
Casi la mitad de los
niños y adolescentes del país no tienen computadora ni acceso a banda ancha
para hacer sus tareas: un 48,7% no tiene PC y un 47,1% no cuentan con wifi en
su hogar, según el Observatorio de la Deuda Social Argentina. Esta proporción
se eleva a siete de cada 10 en el estrato social más bajo (La Nación, 9 de abril de 2020). Estamos hablando de alrededor de 8
millones de chicas y chicos.
El problema no incluye
sólo a los alumnos. Según el gremio que representa a los docentes de la
educación privada, Sadop, el 63% de los docentes de escuelas privadas no tienen
una computadora propia en sus casas. Los docentes que trabajan en las privadas
son los mismos que lo hacen en la educación pública, lo que describe una
situación masiva de carencias tecnológicas también en la docencia.
A su vez, según el
ministro Nicolás Trotta, menos del 40 por ciento de las escuelas tienen
conectividad.
Finalmente, también es
la realidad de la universidad: comenzado mayo, el director del Ciclo Básico
Común de la Universidad de Buenos Aires –la unidad académica más numerosa-
dirigió una nota al conjunto de los profesores señalando que la UBA estaría
culminando la construcción de un campus virtual y que hasta que ello se
efectivice no podrá desenvolverse ninguna actividad normal, porque el ingreso
on line a la plataforma de la principal universidad del país de parte de
docentes y alumnos del CBC simplemente la colapsaría.
Y si tomamos los datos
del Enacom de 2020, de regreso a manos nacionales y populares, muestran que
“más de la mitad de las conexiones nacionales (el 54,11%) tienen una velocidad
menor a 20 Mbps, lo que -afirma el estudio- no asegura actividades sincrónicas.
Es decir que no se pueden hacer clases a distancia con plataformas educativas
´premium´, que incluyen videoconferencia al estilo Zoom, Google Meet o Jitsi,
entre otras funciones”, (Clarín, 20
de abril de 2020).
En estas condiciones,
la continuidad pedagógica desde los jardines maternales hasta la universidad es
a puro esfuerzo de las y los docentes. Sin clases presenciales ni educación a
distancia.
“Cada
hogar, un aula”: frustración para alumnos y padres
“Que cada hogar sea un
aula” fue el lema del alcalde de Nueva York en medio de la brutal crisis
sanitaria que asola a este centro del imperialismo mundial (Agencia Reuters).
Pero se toparon con que “la red pública de enseñanza neoyorquina cuenta con un
alto nivel de niños pobres y, al menos, 114.000 carecen de techo. Residen en
refugios”. En consecuencia, “los educadores se han encontrado con la cuestión
de que numerosos hogares de Nueva York, máxima expresión del primer mundo y del
cuarto– no disponían de un ordenador con el que conectarse a la escuela”
(ídem). Los que apreciaron con beneplácito la situación fueron los dueños de
Apple, que vendieron al Estado neoyorquino 300.000 iPads para prestarlos a
otros tantos estudiantes que los necesitan para sus clases.
La tendencia
capitalista de convertir a cada hogar en un aula tiene por objeto reducir
escuelas, alumnos y docentes. Pero en un país atrasado como Argentina, la
situación es aún más frustrante. “El aislamiento logró mostrar que la idea de
aprender en casa se complica cuando la casa no ofrece lugar adecuado ni
condiciones mínimas. Y cuando no hay adultos preparados para acompañar”
(Mariano Narodowski, ex ministro de Educación de Mauricio Macri en la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires).
Efectivamente. Y esa
frustración envuelve a todos, y también llegó a la universidad. Un informe
elaborado por la Universidad de San Andrés –difundido en la cuarta semana del
aislamiento social, preventivo y obligatorio– “detectó que la mitad de sus
estudiantes considera que no es clara la nueva forma de trabajo a distancia, al
menos en la totalidad de las materias”, y que se sienten perdidos sin el
acompañamiento de los profesores (Revista Viva, 30/4). Además, un 30% manifestó
necesitar “liberar tiempo impuesto por obligaciones familiares o domésticas” y
un 22% “mejorar su conectividad a Internet” (ídem). Estamos hablando de una de
las universidades privadas más elitistas y caras del país. En la sede de
Neuquén de la Universidad Nacional del Comahue, las dificultades que deben
sortear las y los alumnos/as llevaron a un 50% de abandono del total de los
ingresantes.
“Cada
hogar, un aula”: desocupación y precarización para docentes
Así como el Ciclo
Básico Común se prepara para convertir a cada hogar en un aula, lo mismo
declararon las autoridades de la Dirección General de Cultura y Educación de la
provincia de Buenos Aires. Eso sobra para indicar que es una tendencia general
que se pretende imponer, y que hoy ha dejado a centenares de miles de docentes
sin trabajo.
Se trata de avanzar en
una mayor presencia de una modalidad que no puede reemplazar el vínculo de alumnos
y docentes en el proceso de aprendizaje, aprovechando el cuadro que ha impuesto
la crisis del coronavirus.
Alejandro Artopoulos,
doctor en Sociedad de la Información y el Conocimiento y director de
Investigación y Desarrollo del Centro de Innovación Pedagógica de la
Universidad de San Andrés lo grafica claramente: “el docente cree que dar clase
es una actividad que dura un tiempo limitado y es en un lugar, el aula. Pero a
distancia esto cambia. No quiere decir que se transforme en un docente 7x24, tiene
que repartir el tiempo durante la semana en línea y luego cada una o dos
semanas hacer un contacto en vivo”.
Mariana Maggio,
directora de la maestría en Tecnología Educativa de la Universidad de Buenos
Aires completa el panorama: “no vamos a estar 8 horas como antes, estamos formulando
propuestas por las cuales tendremos presencia los cinco días de la semana, y
cuando tengamos una comunicación en vivo, sincrónica, pondremos todo en esas
horas: las ideas, el cuerpo, la voz”.
Menos profesores, que
ponen la vida. Menos alumnos, que reciben una educación dirigida, unilateral y
devaluada, siempre y cuando puedan costear el negocio de la educación a
distancia.
La “continuidad
pedagógica" de Nicolás Trotta fracasó, pero además propugnamos la defensa
de una educación integral, social y colectiva para los hijos de los
trabajadores, que forme omnilateralmente, con todos los sentidos y todos los
recursos al servicio de entender la realidad y modificarla en servicio de las
mayorías populares.
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