(Por Paula Cerutti, economista,
Unidad de América Latina y el Caribe, Centro de Desarrollo de la OCDE. La Nación, Ciudad Autónoma de Buenos Aires,
jueves 7 de mayo de 2020)- Por lo general, las crisis ensanchan las
desigualdades . La pandemia de Coronavirus (Covid-19) dejó al descubierto la
brutal brecha digital de la educación . Mientras que los alumnos conectados
potencian su aprendizaje, los desconectados suman días perdidos de clase.
Con las escuelas
cerradas, el aprendizaje virtual se volvió crítico para más de 14 millones de
estudiantes. De la noche a la mañana, directores y maestros pasaron de dar
clase en sus aulas a dictar sesiones virtuales, diseñar material a distancia y
asegurarles el almuerzo a sus alumnos más vulnerables. Aunque la enseñanza en
línea podría reducir algunos de los impactos inmediatos de la cuarentena,
aprender en casa es muy complicado cuando no se cuenta con los materiales
adecuados, un lugar de estudio, ni adultos preparados para acompañar el
aprendizaje. A pesar sus esfuerzos, pocos estudiantes, padres y escuelas
cuentan con la infraestructura y las habilidades para aprovechar las ventajas
que la tecnología ofrece, ampliando la gran brecha socioeducativa que padece la
Argentina.
Para empezar, estudiar
a distancia es difícil o casi imposible para los estudiantes más pobres. Tener
acceso a una computadora e Internet en el hogar son requisitos indispensables.
Alrededor del 60% de los estudiantes de primaria y 66% de secundaria tienen una
computadora conectada a Internet en su casa. Las diferencias de clase son
enormes: 99% de los alumnos del decil con más ingresos vs. 37% de los alumnos
en el decil con menos ingresos.
Disponer de un espacio de
estudio es otra fuente de desigualdad. Según datos de la última prueba PISA, en
promedio, el 23% de los estudiantes de 15 años no tienen un lugar tranquilo
para estudiar en su casa. Esto afecta más a los estudiantes más pobres. Casi un
tercio de los estudiantes de las escuelas en desventaja socioeconómica no
cuentan con un espacio de estudio en el hogar, comparado con uno de cada diez
en las escuelas más favorecidas.
Además, los padres de
los estudiantes más pobres pueden ayudar menos que los de sus pares. Sólo la
mitad terminó la secundaria y uno de cada cinco usó una computadora en los
últimos tres meses.
Los hogares son una
cara de la moneda; las escuelas, la otra. Pocas escuelas en el país estaban
preparadas para el aprendizaje digital antes de la pandemia. Solo uno de cada
cinco estudiantes de 15 años asiste a una escuela con plataforma online para
apoyar su aprendizaje, comparado con un tercio de los alumnos en el resto de
los países de América Latina que participaron de las pruebas PISA. Aún más alarmante,
solo el 41% tiene maestros con las habilidades técnicas y pedagógicas
necesarias para integrar dispositivos digitales a su programa de enseñanza,
comparado con el 60% en el resto de los países de América Latina.
Algo que parece ser
motivo de preocupación, y a tener en cuenta cuando la cuarentena termine, es
que hay un gran contraste entre las capacidades digitales de las escuelas en
desventaja socioeconómica y las más aventajadas. Dos tercios de las escuelas
favorecidas dicen estar preparadas para afrontar los desafíos de la
digitalización en las aulas, frente a menos de un tercio de las escuelas
desfavorecidas.
La desigualdad digital
se suma a las brechas de aprendizaje. El ingreso familiar tiene una influencia
poderosa en el rendimiento escolar de los alumnos argentinos. Según PISA, la
probabilidad de bajo rendimiento de los estudiantes de familias desfavorecidas
es seis veces más alta que la del resto de sus pares.
Si bien los efectos de
la pandemia en la educación aún no se pueden medir, es muy posible que los
estudiantes de las familias más aventajadas, muchos de ellos entre los de mejor
desempeño académico, sigan aprendiendo casi como si las escuelas estuvieran
abiertas; mientras que los estudiantes de familias más desfavorecidas, generalmente
los de peor rendimiento, se queden aún más atrás.
Varios estudios
demostraron que los estudiantes desfavorecidos tienden a experimentar mayores
pérdidas de aprendizaje cuando están fuera de la escuela, por ejemplo, durante
vacaciones o paros docentes. Según un estudio publicado por la Asociación
Estadounidense de Investigación Educativa, cada verano los estudiantes más
pobres pierden el equivalente a casi tres meses de aprendizaje frente sus pares
de clase media. La falta de material educativo en el hogar explica gran parte
de esta diferencia. Lamentablemente, ello se está replicando durante esta
cuarentena.
Si la igualdad de
oportunidades educativas es una meta compleja en sí misma, el cierre de las
escuelas lo ha hecho más difícil. El Coronavirus puso en evidencia que no sólo
se trata de infraestructura, materiales, formación docente e integración
escolar. También es una cuestión de acercar las herramientas digitales y
capacitar en su uso a aquellos que no nacieron en la parte alta de la
distribución de ingreso.
Una sociedad que aspira
a la igualdad de oportunidades debe permitir que todos alcancen su máximo
potencial. Claramente, eso no sucede hoy en Argentina. La tecnología digital
promete acceso continuo a aprendizaje de calidad tanto a los estudiantes en
cuarentena como a quienes quieren continuar su formación y no lo pueden hacer
de forma presencial. Sin embargo, para garantizar que las desigualdades
heredadas no se amplifiquen, además de dotar a cada alumno de acceso a
dispositivos y contenidos digitales, es indispensable formar a maestros, padres
y alumnos en habilidades cognitivas y digitales para que todo puedan
beneficiarse de la tecnología.
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