Entonces
empieza a armar las piezas del rompecabezas con una figura que él jamás había
imaginado. Porque los pedazos a encastrar en la ocasión son los dichos de los
otros, y no los propios. No le gustan para nada, pero así está planteado el
juego esta vez y ésas son sus reglas. Ocurre de cara a la reforma pedagógica
que a partir de 2018 se va a implementar en las escuelas medias, la malvenida
“Secundaria el futuro”, y a que fue elegido por sus compañeros para intervenir
en la mesa de debate. “Dale, loco, que es importante…”, lo empujaron sin
dejarle opción.
Tratando
de acomodarse a los vaivenes de la discusión andan sus pensamientos cuando un
nuevo lugar esos de porte, se alza desde la voz de alguno como un do de pecho
pavarottiano. “¿Están acaso capacitados estudiantes de dieciséis
años para intervenir en un debate pedagógico profundo…?” Puf. Quiere levantarse
y rajar, pero se queda y espera su turno.
Su posición, está seguro, es la única clara y distinta, y
por lo tanto tiene la contundencia de lo evidente. La sencilla idea rectora de
su exposición es que todas las transformaciones que la educación argentina ha
sufrido desde 1983 a la fecha han sido obra y gracia de lo más granado de los
académicos criollos, desde el congreso pedagógico alfonsinista y la Ley Federal
de Educación menemista hasta la Ley de Educación de la Nación kirchnerista. El
resultado final es este presente de calamidades.
Dice lo que tiene que decir y concluye: “si alguna
certeza podemos tener, la.única razonable es que no nos van a salvar los
especialistas”.
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