domingo, 10 de mayo de 2015

Carta del maestro de los chicos muertos en el taller clandestino del barrio de Flores

(ANRed. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, lunes 4 de mayo de 2015)- El 27 de abril por la mañana informábamos de una trágica noticia, dos niños de siete y diez años no pudieron salir del sótano y murieron en el taller de costura textil que funcionaba en Páez y Condarco, en el barrio porteño de Flores. Los vecinos contaron que una de las puertas de acceso estaba semi-tapiada y que en el subsuelo vivían varias personas con chicos. El crimen social que ocurre en estos ámbitos de esclavitud no es un hecho aislado, se calcula unos 5000 establecimientos clandestinos en CABA y GBA.

Reproducimos una emotiva carta escrita por Nicolás Álvarez, maestro de la escuela a la que concurrían los chicos fallecidos en el horroroso incendio.


Hoy desayuné la muerte de un alumno. Lamentablemente en el incendio del taller textil clandestino del barrio de Flores. El lunes cuando escuché la noticia rogué que no fuera de la escuela cercana y lamentablemente fue de la mía.

Es infinita la tristeza, por ellos dos, por lo que les tocó vivir, por su familia. ¿Quién puede seguir después de semejante pérdida y de la forma en que se dio?

No era el único que vivía en un taller. Montones de alumnos viven en talleres clandestinos, en cuartos de dos por dos, en condiciones inhumanas. Porque en la transparencia de los chicos se puede ver quien come bien y quien no, quien duerme bien y quien no, quien tiene la cabeza para estar tranquilo y quien no puede cerrar los ojos ni aun dormidos.

¿Quién elige vivir en esas condiciones? ¿Trabajar en situación de precariedad es una elección? La culpa es del empleador hasta el estado, pasando por los inspectores, los jefes de los inspectores, los vicejefes y los jefes que niega la realidad. En la manzana hay cuatro talleres más, seguramente en condiciones similares. Ahí, en Flores, en Floresta, en Pompeya, en la Rodrigo Bueno, en La Matanza, en la China. En todos lados no están ustedes. Por eso niegan que existen, que son parte, que caminan, que trabajan, que van a la escuela, que van a comprar para cocinar, que se les derrumba la casa, que se mueren.

Saber que siendo tan chicos vivieron lo que vivieron, no tiene perdón de nadie. Ni dios existió en ese momento. Ojalá que los responsables no puedan dormir tranquilos.

Que ellos dos descansen en paz.

Nicolás Álvarez


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