(ANRed. Ciudad Autónoma
de Buenos Aires, lunes 4 de mayo de 2015)- El 27 de abril por la mañana
informábamos de una trágica noticia, dos niños de siete y diez años no pudieron
salir del sótano y murieron en el taller de costura textil que funcionaba en
Páez y Condarco, en el barrio porteño de Flores. Los vecinos contaron que una
de las puertas de acceso estaba semi-tapiada y que en el subsuelo vivían varias
personas con chicos. El crimen social que ocurre en estos ámbitos de esclavitud
no es un hecho aislado, se calcula unos 5000 establecimientos clandestinos en
CABA y GBA.
Reproducimos una emotiva
carta escrita por Nicolás Álvarez, maestro de la escuela a la que concurrían
los chicos fallecidos en el horroroso incendio.
Hoy desayuné la muerte
de un alumno. Lamentablemente en el incendio del taller textil clandestino del
barrio de Flores. El lunes cuando escuché la noticia rogué que no fuera de la
escuela cercana y lamentablemente fue de la mía.
Es infinita la
tristeza, por ellos dos, por lo que les tocó vivir, por su familia. ¿Quién
puede seguir después de semejante pérdida y de la forma en que se dio?
No era el único que
vivía en un taller. Montones de alumnos viven en talleres clandestinos, en
cuartos de dos por dos, en condiciones inhumanas. Porque en la transparencia de
los chicos se puede ver quien come bien y quien no, quien duerme bien y quien
no, quien tiene la cabeza para estar tranquilo y quien no puede cerrar los ojos
ni aun dormidos.
¿Quién elige vivir en
esas condiciones? ¿Trabajar en situación de precariedad es una elección? La
culpa es del empleador hasta el estado, pasando por los inspectores, los jefes
de los inspectores, los vicejefes y los jefes que niega la realidad. En la
manzana hay cuatro talleres más, seguramente en condiciones similares. Ahí, en
Flores, en Floresta, en Pompeya, en la Rodrigo Bueno, en La Matanza, en la
China. En todos lados no están ustedes. Por eso niegan que existen, que son
parte, que caminan, que trabajan, que van a la escuela, que van a comprar para
cocinar, que se les derrumba la casa, que se mueren.
Saber que siendo tan
chicos vivieron lo que vivieron, no tiene perdón de nadie. Ni dios existió en
ese momento. Ojalá que los responsables no puedan dormir tranquilos.
Que ellos dos descansen
en paz.
Nicolás Álvarez
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