“En
la Argentina la pobreza está infantilizada, y en el caso de los niños y niñas
de entre 0 y 4 años el nivel de pobreza triplica al de la población en general.”
Desde que leyó la conclusión del informe periodístico, surgida de una catarata
de cuadros y números estadísticos, mira el mundo diferente.
A
sus hijos que juegan en la plaza, saltan de un juego a otro y reniegan si no se
les compra pochoclo o se les permite una vuelta más en la calesita cuando ya
cae la noche.
A
los hijos de sus amigos que recién dejan los pañales y aunque todavía se piyan
encima, y juegan con sus crayones peligrosamente cerca de las paredes recién
pintadas.
A
los chicos en general que suben y bajan de los colectivos y los vagones del
subte en brazos de sus madres y cantan canciones que sus medias lenguas
intentan empujar hacia rima y melodía con notable creatividad y eficacia.
A
los pibes que dan vueltas enloquecidos por el patio improvisado sobre la tierra seca y se amuchan
frente al buffecito improvisado bajo una chapa a la búsqueda, en el recreo largo, de un pebete con poco
jamón y queso para mandar rápido al buche y calmar la panza.
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