Richard Ford,
Canadá,
novela, Barcelona, Anagrama, “Panorama de narrativas”/841, 2013,
510 páginas, traducción de Jesús Zulaika.
Veníamos de leer
Libertad, de Jonathan Franzen, y en consecuencia la primera
moraleja que nos deja este libro de Richard Ford es que los
escritores estadounidenses de gran cirulación parecen escribir sobre
el calco del mismo patrón, que quizás sea el destilado de aquello
que ya se ha estandarizado a medias entre la demanda editorial y los
gabinetes de “escrituras creativas” de las universidades. El
patrón, arriesgamos, se extiende incluso a los guionistas de cine y
de televisión, y se resume en un catálogo de 1) personajes bien
delineados, atractivos y queribles (u odiables), 2) situaciones
extrañas aunque verosímiles y por lo tanto imaginables, 3) algunos
guiños culturales hacia el lector, 4) equilibrada mezcla de
narración y descripción (nunca más allá de la raya), 5) diálogos
que sepan saltar de lo cotidiano al fugaz epigrama memorable o el
roce filosófico-existencial, etcéteras. Algo más o menos así.
Habrá quien observe que en este asunto también se lleva su porción
la traducción homogeneizadora al castellano, y tendría también,
claro, su porción de razón.
En ese contexto Canadá
es un lindo relato “familiar disfuncional”, narrado por el hijo,
Dell Parsons, que un buen día contempla a su padre (quien ya venía
precalentando en el crimen gracias a pequeños negocios con la “mafia
india” local de Montana y sus carnes cuatrereadas) y a su madre
marchar a prisión después de asaltar un banco. Así, el joven se
debe separar de su hermana Berner y gracias a un amigo de la familia
pasa a Canadá, donde seguirá su camino hacia la adultez junto a
otro raro delincuente exiliado, Arthur Remlinger. En el cierre un
salto abrupto conduce al presente, acerca los desenlaces de las vidas
de los protagonistas y la noticia de que Dell es, ahora, esposo y
escritor, cualidad quizás heredada por vía materna dado que su
progenitora dedicó su estancia en la cárcel para escribir una
explicativa antes que justificatoria de lo hecho “Crónica de un
acto criminal cometido por una persona débil”.
Al comienzo y al final se
repite una luminosa frase del teórico inglés simbolista John
Ruskin, que dice algo así como que la tarea de la composición
estética supone ordenar equilibradamente partes de origen diverso
(el francés Gustave Flaubert hubiera agregado: “sin que la costura
se note”). No queda claro que Richard Ford, quien tomó la
cita, la siga prácticamente en su Canadá. Aunque,
concedamos, el hecho de no leer su libro en la lengua original
seguramente quita, como a la carne excesivamente cocinada, parte de
sus mejores nutrientes.
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