Selva Almada,
Ladrilleros,
novela, Buenos Aires, Mardulce, “Ficción”, 2014, 232 páginas.
Conocimos
la obra de la entrerriana Selva Almada porque nos prestaron
con recomendación adjunta su anterior novela, El viento que
arrasa, publicada hace dos años. Leímos algunos comentarios y
menciones favorables (lejos de la exageración mentirosa de la
contratapa de Ladrilleros, donde se adjetiva y
sustantiva sobre aquella: “verdadero acontecimiento literario
debido a la gran aceptación de público y crítica”; quien la
redactó debería proporcionar sus halagos en los términos de la
definición de “acontecimiento” que ofrece Alain Badiou), pero no
nos gustó.
Como
los referís de fútbol nos ha enseñado que somos seres humanos y
podemos equivocarnos, insistimos. En fin. Ladrilleros
tampoco nos gustó, aunque quizás el disgusto fue un poco menor que
con El viento que arrasa.
El
problema central es que Almada no sabe escribir novelas. Su escritura
porfía sobre una cierta zona de representación provinciana y más
bien pobre, porfía sobre media docena de personajes básicos
(designados con mucho juego de excesivo apelativo) y sus relaciones,
lo cual la obliga, claro, a pergeñar una trama general. Pero la
porfía no alcanza, y cuando se llega a la página cincuenta
(concedamos: a la cien), caasi se está seguro que los capitulitos
tan cortos son para sumar páginas en blanco y que el grosor final
del libro suene más imponente. La historia se deshilacha, el recurso
de la fragmentación y las ideas y venidas temporales se descubren
siendo, más que una necesidad de la forma, una coartada para
agregar y agregar hasta que el contador diga: “ya es novela”.
Si
se dijo que Ladrilleros es mejor que El viento que arrasa se debe
deber a que el tiempo pasa y Almada fue aprendiendo a fuerza de
inercia escritural. Tal vez debería esperar un poco más para la
próxima.
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