lunes, 4 de noviembre de 2013

Las manzanas podridas


Sus alumnos al principio se muestran sorprendidos, acostumbrados a introducciones y protocolos no entienden muy bien en razón de qué dice lo que está diciendo. Pero de a poco le van encontrando sentido y gusto, y siguen lo que cuenta cada vez con mayor atención. Sobre todo cuando se detiene a analizar los adjetivos que escribe en el pizarrón -a la vez muchos, pero pocos, reunidos por algunas flechas de tiza con puros lugares comunes- con que los periodistas de los medios comerciales maltratan a los estudiantes secundarios y universitarios que ocupan los lugares donde a diario cursan.


Debe haber sido la sobredosis del noticiero televisivo de anoche lo que lo puso del peor humor mientras cenaba. La catarata de supuestos análisis que siempre terminan con precisiones acerca de la naturaleza humana, una simplificada escala biológica en la cual a los estudiantes que se movilizan siempre les cabe la calificación de “violentos”. Así que hoy entró en la clase y sin que mediara palabra o explicación se lanzó a hablar. Finalmente se espera de él, al menos así lo dice el sistema y la institución, que forme en términos de la convivencia ciudadana a los alumnos que el azar puso en su aula, ¿no?

En fin, dice al final, casi como una moraleja, la verdad es que ya estoy podrido de escuchar tanto discurso que habla de manera generalizada y en abstracto de la solidaridad, la inclusión y la tolerancia, y a continuación se dedica a precisar bien, señalando con el dedo, quienes son los bárbaros, los apestados a quienes conviene no frecuentar; esas manzanas podridas.


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