(…) Bastián Pizarro
Maureira tiene 23 años y, pese a que estudia abogacía, dibuja cifras como si
estudiase contaduría: cada año en la Universidad de Chile, que es pública, pero
no por ello gratuita -como supondría un argentino-, le cuesta unos 7000
dólares. Pero como no puede pagarlos, sólo cancela la matrícula anual, de 300
dólares, para poder seguir estudiando. Para conseguir el título, sin embargo,
deberá pagarle 12.000 dólares a la universidad. Y para cancelar la deuda que le
debe al Estado, gracias a la cual logró ingresar a la facultad, deberá pagar
otros 18.000 dólares en cuotas. Interminables cuotas.
"Mi papá tiene
50 años, se recibió hace 26 y todavía está pagando sus estudios. Una carrera
universitaria puede salir más cara que una casa", cuenta Bastián en el
patio central de la imponente Facultad de Derecho de la U, a metros del río
Mapocho.
Chile es el único
país de América latina donde todas las universidades son pagas. Según datos de
la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), tiene,
además, la educación superior más cara del mundo, que obliga al 70% de los estudiantes
universitarios a recurrir a un crédito -estatal o bancario- para poder
estudiar, lo que los deja endeudados por años. Como a Bastián.
Si bien en países
como Estados Unidos la matrícula puede ascender a decenas de miles de dólares,
en Chile el valor promedio de los aranceles que cobran las universidades es el
41% del PBI per cápita que tiene el país. En Estados Unidos, en cambio, esta
proporción es del 28%. Además, aquí, el Estado asume apenas el 18% del total de
la matrícula, mientras que las familias cargan con el costo del 82% restante,
una tasa que supera a la de cualquier otro país.
Este elitista
sistema educativo, basado en la capacidad de pago que tengan los ciudadanos,
empezó en 1981, cuando el dictador Augusto Pinochet firmó un decreto mediante
el cual las universidades oficiales pasaron a tener un costo. Fin de la
gratuidad. (…)
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