(…) El régimen de
gobierno que reserva para un claustro minoritario el gobierno de la universidad
convierte a la autonomía universitaria en una ficción. La autonomía, cuando es
ejercida por una minoría especial, tampoco especialmente calificada, es el
taparrabos de un sistema oligárquico. La autonomía solamente es tal cuando
involucra de un modo real, no formal, al conjunto de las personas que
participan de la actividad universitaria.
La condición de
profesor titular, académico graduado o científico con el debido diploma, no
califica para ejercer la gestión de una universidad, como sí ocurre en lo que
atañe a impartir la enseñanza correspondiente. Tan es así que ha surgido un
posgrado para la licenciatura de la gestión universitaria, como una
especialidad. Si esta calificación prosperara, podría ocurrir que esa gestión
sea transferida en cualquier momento a un CEO, como ocurre con las sociedades
anónimas, en especial si cotizan en Bolsa, algo que ya debe estar ocurriendo en
las universidades privadas. Por ahora, el CEO es el rector que elige la
asamblea de claustros dominada por el de los profesores titulares -una suerte
de accionistas preferenciales, los cuales, como en las empresas, tienen derecho
al voto múltiple.
El gobierno
universitario no es, entonces, ‘meritocrático’, porque en esto nada tiene que
ver el mérito ni las calificaciones académicas. El conocimiento y la
investigación en biotecnología no acredita una capacidad de gobierno (preguntar,
si no, al Banco Mundial-Coneau). Lo que se imponen son las ‘conexiones’; de un
lado, con las compañías capitalistas ligadas a ciertas áreas de investigación y
servicios, donde los profesores cumplen un doble servicio; del otro, con los
gobiernos de turno. En estas condiciones, lo que tenemos es un gobierno
universitario ‘tercerizado’ por la mediación de una camarilla de profesores,
tutelado por el Estado. La acreditación de títulos sigue las normas del Banco
Mundial, y lo mismo ocurre con el establecimiento de aranceles. Sobran los
ejemplos de ‘tercerización’ capitalista: desde las maestrías, que postulan
“formar profesionales de alto nivel para el desempeño en roles gerenciales”,
pasando por los convenios con la industria del software, hasta la cesión de
estudiantes a bajo costo que usufructúan monopolios como Arcor.
La llamada “comunidad
universitaria” no existe, es sólo un relato, y no solamente por las diferencias
naturales y jerárquicas entre sus integrantes. El Consejo Superior no representa
a ninguna ‘comunidad’, incluso cuando se ampara en el Consejo
Interuniversitario Nacional, pues funciona como patronal del conjunto de los
docentes, con los cuales entra en conflicto por las condiciones laborales y los
salarios, en lugar de ejercer una representación colectiva de toda la docencia
y de todo el alumnado al momento de discutir el Presupuesto con el Estado. Esto
nos describe la ‘luchas de clases’ que atraviesa el gobierno ‘autónomo’ de la
‘comunidad` universitaria. (…)
Significativo
fragmento del documento Para impulsar la
lucha por la democratización distribuido el 7 de noviembre por la
Federación Universitaria de Buenos Aires (FUBA)
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