Heinrich Böll, Y no decía una palabra…, novela, Buenos Aires, Kraft, “Vértice”,
1956, 204 páginas, traducción de Jorge C. Lehmann.
Hemos leído unos
cuantos textos del alemán Heinrich Böll,
aquellos más renombrados y que le dieron su consagración, pero nunca sus relatos
iniciales, aquellos que mejor encuadran en lo que las historias de la
literatura han denominado “literatura de las ruinas”. Como no es difícil
adivinar, la referencia es a la Europa en general y Alemania en particular de
los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial, que se cerró
con una cantidad inestimable de bombardeos gratuitos sobre diferentes ciudades
germanos que dejaron cientos de miles de muertos civiles y montañas de
escombros.
En ese escenario
transcurre Y no decía una palabra…, novela sobre la vida de la pareja que
conforman Cata y Fred. Se conocieron cuando estaban por la mitad de los veinte
y ya tienen cuarenta y parieron cinco hijos, dos de los cuales ya murieron, y
hay al parecer uno más en camino.
Viven en un covacha
infecta, razón que esgrime Fred, además de los gritos de los chicos, para marcharse,
vagabundear, sacar unos pesos de donde pueda, dormir en los callejones y dedicarse
con entusiasmo al alcohol. Cada tanto vuelve a casa, saca a su mujer a pasear
mientras le dan unas monedas a algún vecino para que cuide a los chicos, y así
puedan pasar la tarde entre la pieza de un hotel y el bar. Poco más, además de
los infinitos sacerdotes que andan dando vueltas por allí como para que las
almas no se solivianten contra el mundo injusto.
Lo mejor y más intenso
de la historia que se narra tiene que ver con esa particular relación que el
hombre y la mujer han tramado como pudieron, y que una vez enredada sólo ellos
pueden entender verdaderamente. Lo que para el resto interpreta en los términos
de abandono y dejadez, para ellos late de una manera indiferente e
incomunicable a los demás. La alternancia de la primera persona, una vez él y
una vez ella, a través de los capítulos sirve para fundir esta certidumbre. Lo
más flojo son ciertos excesos de “realismo social” que hacen recordar a cuando
los “boedistas” argentinos se dedican a ilustrar a los lectores sobre las
lacras que la pobreza trae consigo; como cuando en este caso se rememora la
muerte de los mellizos Regina y Roberto entre los piojos que -según se explica-
no pueden ser combatidos porque el
Estado distribuye un insecticida aguado que no surte efecto.
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