martes, 5 de febrero de 2013

Y no decía una palabra.., de Heinrich Böll


Heinrich Böll, Y no decía una palabra…, novela, Buenos Aires, Kraft, “Vértice”, 1956, 204 páginas, traducción de Jorge C. Lehmann.

Hemos leído unos cuantos textos del alemán Heinrich Böll, aquellos más renombrados y que le dieron su consagración, pero nunca sus relatos iniciales, aquellos que mejor encuadran en lo que las historias de la literatura han denominado “literatura de las ruinas”. Como no es difícil adivinar, la referencia es a la Europa en general y Alemania en particular de los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial, que se cerró con una cantidad inestimable de bombardeos gratuitos sobre diferentes ciudades germanos que dejaron cientos de miles de muertos civiles y montañas de escombros.
En ese escenario transcurre Y no decía una palabra…, novela sobre la vida de la pareja que conforman Cata y Fred. Se conocieron cuando estaban por la mitad de los veinte y ya tienen cuarenta y parieron cinco hijos, dos de los cuales ya murieron, y hay al parecer uno más en camino.
Viven en un covacha infecta, razón que esgrime Fred, además de los gritos de los chicos, para marcharse, vagabundear, sacar unos pesos de donde pueda, dormir en los callejones y dedicarse con entusiasmo al alcohol. Cada tanto vuelve a casa, saca a su mujer a pasear mientras le dan unas monedas a algún vecino para que cuide a los chicos, y así puedan pasar la tarde entre la pieza de un hotel y el bar. Poco más, además de los infinitos sacerdotes que andan dando vueltas por allí como para que las almas no se solivianten contra el mundo injusto.

Lo mejor y más intenso de la historia que se narra tiene que ver con esa particular relación que el hombre y la mujer han tramado como pudieron, y que una vez enredada sólo ellos pueden entender verdaderamente. Lo que para el resto interpreta en los términos de abandono y dejadez, para ellos late de una manera indiferente e incomunicable a los demás. La alternancia de la primera persona, una vez él y una vez ella, a través de los capítulos sirve para fundir esta certidumbre. Lo más flojo son ciertos excesos de “realismo social” que hacen recordar a cuando los “boedistas” argentinos se dedican a ilustrar a los lectores sobre las lacras que la pobreza trae consigo; como cuando en este caso se rememora la muerte de los mellizos Regina y Roberto entre los piojos que -según se explica-  no pueden ser combatidos porque el Estado distribuye un insecticida aguado que no surte efecto.


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