A él hace tiempo que
empezó a picarle el bichito de la política, así que se interesa y
sigue temas y cuestiones que a muchos de quienes lo rodean, en su
familia, en el barrio y en el colegio, poco le importan. Pero lo de
los últimos días fue demasiado, de modo que decidió que era
preferible dedicarse a su tratamiento humorístico antes que perderse
en innecesarios análisis.
Sobre todo porque lo
impresionó muy fuertemente haberse enterado que en Tucumán cada vez
que llegan la elecciones la gente anda por ahí preguntando cuánto
pagan el voto esta vez, como quien sigue el precio de las papas en el
mercado.
Siguiendo esa línea
inventó un relato, que se prometió que alguna vez escribiría, en
el cual se escenifica un regateo. No, si hace un par de años nos
dieron cuatrocientos mangos, ¡¿cómo ahora nos van a querer
arreglar con quinientos?! ¿No saben cómo aumentan las cosas todos
los días? ¿Y la inflación? No, no, por menos de dos lucas yo no
agarro...
Cuando comentó su
ocurrencia ya la fue agrandando. Imaginó como escenario la plaza
central de la capital tucumana convertida en un hervidero de gente
que exige que aumenten ya la cotización del voto ciudadano. Carteles
que rezan consignas como “A nosotros no nos van a arreglar con
chauchas...”
Finalmente se le ocurrió
que muy bien la historia podría continuar en una segunda entrega con
una fundación gremial, la del sindicato de los vendedores de votos,
que en estos días está luchando por su reconocimiento oficial e
impulsa la convocatoria a una paritaria negociadora que fije un
precio digno para el sufragio.
Quizás sea un poco
mucho, se dice, pero dado el éxito que la historia ha cosechado entre sus
compañeros ya está pergeñando el capítulo tercero de la saga.
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