En concreto, y más allá
de las bien legítimas protestas sindicales y políticas, desde un punto de vista
más estrictamente pedagógico, ¿sirven para algo las evaluaciones del operativo
“Aprender”? La respuesta casi automática que ronda las cabezas y salta de sus
lenguas es NO.
Basta para confirmar la
aseveración espontánea la precariedad del diseño de las lecturas y consignas
que, en todo caso y quizás demagógicamente, apuntan ya no a un piso mínimo sino
al segundo subsuelo. ¿Qué otra cosa significa enfrentar a un micro cuento de
Stephen King cuyo protagonista es un robot asesino y no tildar que se trata de
“ciencia ficción”? En fin.
Constataciones
excesivamente elementales como ésta se suceden tanto para la comprensión de
textos como en lo que respecta al cálculo.
Pero el dato central es
la incomodidad de los estudiantes que no saben muy bien por qué y para qué
deben contestar lo que están contestando; los docentes que deben acompañar
callados en el curso, y hasta los evaluadores oficiales que cruzan la mirada
con los profesores con cara de “yo ya sé que esto es una boludez, pero no jodas
y déjame ganar el mango, total nos vamos rapidito…”. También de los directivos
que, aunque con gesto más serio, como era de esperar, café de por medio
confiesan que “es un rato, nada más”, y que “debemos cumplir, qué le vas a hacer”.
Los unos sospechan de
lo que sospechan los otros sobre los unos. Actores de un culebrón sin
entusiasmo ni pasiones sobreactuadas, todos razonan que es más o menos como el
pinchazo de la vacuna, más vale que pase rápido.
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