Mientras
arman la bandera identificatoria de la gremial para concurrir a la marcha por
Santiago Maldonado que abre el mes de noviembre, terminan los bizcochos y el mate
alrededor de un exclusivo tema de comentarios: el discurso “fundacional”, según
adjetivaron algunos periodistas, que el lunes pasado dio el presidente Mauricio
Macri en el Centro Cultural Néstor Kirchner.
En él
se habló apenas sobre la educación y a las universidades le tocaron unas pocas
palabras pero muy poderosas, capaces de generar el enojo y las ganas de
contestar que de inmediato se propagaron entre los profesores como un virus
letal. Macri cruzó los números con la tasa de graduaciones y sentenció que en
las universidades argentinas hay demasiados nombramientos.
Entre
todos sacan la cuenta que ya saben casi de memoria. El noventa por ciento del
presupuesto universitario se destina al pago de los sueldos de docentes y no
docentes, que no se destacan por ser cuantiosos. El salario del cargo testigo
de un profesor universitario -es decir un ayudante con dedicación
semiexclusiva- suma al día de la fecha 11.500 pesos, una cifra que se mantiene
por debajo de la línea de pobreza. La mayoría de los docentes de la Universidad
de Buenos Aires, por otra parte, atesoran un salario de 4.400 pesos. Y eso en
los casos en que cobran, porque existen unos veinte mil docentes que trabajan e
investigan sin cobrar un solo peso bajo el eufemismo encubridor de trabajo ad honorem.
Y encima
ahora el primer mandatario subraya en un ampuloso discurso que son muchos.
Se
trata de otro milagro de las ciencias formales; más allá de las evidencias
incontrastables de la matemática, lo que ocurre es la realidad.
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