Ni
bien le dieron la voz de alerta, él buscó informarse de la mejor manera posible
siguiendo aquellas pocas puntas que tenía al alcance. “Total, no se pierde para
nada”, reflexionó como para consolarse de antemano. En el fondo, la esperanza
ya había germinado.
En
algún trámite de información se le fue media mañana, pero una semana de
investigación le permitió dar un poco de carnadura a los dichos de su tía, la
maestra.
Fue
en su último cumpleaños. La mujer le dio un beso de felicitación, después lo
miró a los ojos y le acercó el mejor regalo. Le dijo que su viejo no tenía
razón, que contra la fatalidad hay que combatir a diario; y que sí, que si se
lo proponía podía seguir una carrera universitaria. Que se dejara de hinchar
con el lamento por la plata y se pusiera a averiguar sobre los sistemas de
becas hasta encontrar alguna que pudiera pelear.
Así
lo hizo y la verdad que cada día empezó a sentirse mejor, más armado, cerca.
Hasta esta tarde en que, unas horas después del discurso del presidente
Mauricio Macri, se arrimó al debate que a la entrada de la facultad se
desarrollaba en un grupo de estudiantes. Entonces por primera vez se anotició
de algunos números. Se enteró de que diversos organismos nacionales otorgan en
total diecinueve mil becas, apenas el uno por ciento de una población de
1.600.000 cursantes; y que, por otra parte, el boleto educativo no ha sido
universalizado para el conjunto de los alumnos y docentes de todo el país.
Ahora
sí, con esas cifras que encima se pretenden achicar conseguir una beca nada
tiene que ver con los promedios, la necesidad o el empeño. He quedado en manos
de la forma más grosera del azar, piensa. “Culo o suerte”, como decía su abuela
cuando le enseñó a lanzar la taba.
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