Entonces,
cuando el colectivo frena para darle la vuelta al Parque Chacabuco, es cuando
mira la hoja de papel que sale arrugada de su bolsillo y nota que hay una única
frase que se le ocurrió subrayar. Dice: “No te anotes como aplicador. Los
directivos de tu escuela no pueden obligarte. No
convalides la trampa de esta evaluación”.
La
charla compartida con los delegados en la sala de profesores fue de gran
impacto para la joven docente y el volante que lleva consigo de alguna manera
es su resumen y testimonio. Decidido así, entre muchos, de pronto se sintió
capaz de hacer las cosas que sola jamás se habría animado.
Las
razones sobran y son fuertes. ¿Quién puede dudar de que el gobierno utiliza el
“Operativo Aprender 2017” para impulsar recortes y ajustes? O que lo que se
pretende es terminar echándole la culpa a los maestros y estudiantes de la
catarata de los males de la educación.
Pero
ella es joven, más bien corta de carácter como siempre le ha dicho su padre y,
por sobre todo, acaba de irse a vivir sola y la plata le alcanza justo para
pagar el alquiler y las expensas. Perder un trabajo significaría una catástrofe
personal. Y encima, ayer nomás, sin mayor especificación, el director le tiró
que por ahí la iban a necesitar, que después charlaban…
Cómo,
cuándo, se ira sabiendo con el correr de los días que ya no sobran, pero está
segura de que finalmente va a decir que no. Después de la discusión con sus
colegas aceptar ser un “aplicador” le suena a convertirse -como soñó ayer
mismo- en uno de esos colaboracionistas franceses que señalan con el dedo y
entregan al ejército nazi a quienes se van a pudrir en un campo de
concentración.
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