(Por Lucila Rolón. La Nación, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, jueves 13 de agosto de 2015)- y dos chicas, no tienen más de cinco años. Están agachadas, una frente a la otra, y con un palito cada una juegan a empujar una enorme hoja seca por un minirrío que les cruza por las piernas y que nace a dos metros de distancia; agua que cae sin pausa por los escalones del patio de la Primaria N° 70 de Gregorio de Laferrère, en La Matanza. Es la tarde, no están de recreo. Desde el domingo están acá y son parte de los 250 evacuados que hacen de esta escuela uno de los siete centros de asistencia de la zona. Algunos pudieron traer varias pertenencias, otros llegaron con lo puesto y así se quedaron.
Carolina y Daniel Gómez caminaron las cinco cuadras que hay entre su casa y la escuela con el agua hasta la cintura. Ella, de 18 años, cargaba dos bolsos y a su perra Mora; él, de 21, a Luz, su beba de 20 días. "No sentía las piernas, seguí caminando porque pensaba en ella", dice, y se la acerca al pecho para que entre en calor. Está sentado sobre tres colchones todavía envueltos en sus fundas plásticas. El aula 5 es ahora el barrio que comparte con sus vecinos, otras cinco familias que duermen bajo el mismo techo. "Perdimos todo otra vez y no pasó ni un año de la última inundación. Todavía no pudimos volver a casa, pero ya sabemos cómo sigue esto. Estamos cansados", lamenta él. Jura que no se acostumbra, que quiere mudarse, pero que nadie le compra la casa que construyó: "¡Todo el mundo sabe que acá se inunda!" Se siente atrapado. Triste y atrapado.
"A veces pensamos en comprar un ropero más lindo o decimos para qué, si lo vamos a perder. Como la heladera, como las fotos...". Carolina respira hondo, también está triste. Dice que no alcanza la ayuda que, según fuentes oficiales, reciben de Defensa Civil, Protección Ciudadana, Salud Pública y Desarrollo Social del municipio. Por los pasillos de la escuela, los vecinos se quejan de la comida, "masacote con salsa!"; de la falta de luz, abrigo, remedios; de la falta de certezas.
Son 1200 los evacuados de La Matanza, el partido más poblado de la provincia de Buenos Aires. Las lluvias hicieron que desborden los ríos Morales y Dupuy, y afectaron los 18 arroyos que surcan la zona. En la escuela N° 70 el movimiento no frena. Hombres y mujeres de todas las edades deambulan como zombis que sienten el frío. Dentro de un rato, los médicos de Emergencias del municipio que van de ronda les preguntarán cómo se sienten.
Macarena Barúa, de 38 años, no soporta el dolor. Los nervios, el insomnio y el aire helado del agua complicaron su vesícula malherida y ya no puede mantenerse en pie. Los médicos la revisan y deciden trasladarla al hospital Paroissien en Isidro Casanova. Su marido, Emir Rodríguez, de 42, la lleva a upa hasta la ambulancia, donde la espera la mayor de sus siete hijos. "Quedate tranquila, mi amor. Te va a ver un cirujano y nos dicen qué hacemos. No estés triste, mi amor", le pide entre lágrimas. Ésta es la inundación número 36 que resiste desde 2009. "Cada ladrillo que puse en cada casa que levanté, cada pala que metí en la tierra lo hice con bronca. Jamás me acostumbro a esto, no me lo merezco", va diciendo Emir mientras vuelve al aula 9 donde unos 15 chicos miran la película Intensa-mente.
Afuera el agua sigue cubriendo autos y casas; no subió pero tampoco ha bajado. Parece un monstruo en reposo que por culpa del viento podría levantarse. El Servicio Meteorológico Nacional anunció una posible sudestada: ráfagas del Sudeste con intensidad entre los 50 y 60 kilómetros por hora. "Los evacuados no podrán retornar a sus hogares hasta que el agua baje. No obstante, una vez que eso ocurra pasarán muchos días hasta volver a la normalidad", dijo durante todo el día María Eugenia Spínola, vocera de prensa del municipio. Quienes están en esta escuela lo saben y no lo quieren volver a escuchar.
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