En estos días, y en horario variado, el canal de cable Eurochannel ofrece la "biopic" Camus. El filme fue dirigido por Laurent Jaoui y estrenado en Francia en 2010; retrata los últimos años del escritor de origen argelino -interpretado por Stéphane Freiss-. En medio del avance de la tuberculosis y una catarata infinita de cigarrillos la historia pone en foco las dificultades de Camus con su esposa y la vida familiar, algunas jóvenes amantes (como la actriz María Casares), su amistad con Michel Gallimard (sobrino del ricachón Gastón) y su mujer, la obtención del Premio Nobel, los recuerdos de infancia pobre y sin padre, la relación de amor y gratitud con su madre analfabeta.
Con el telón de fondo del levantamiento del pueblo argelino contra el colonialismo francés, uno de los puntos más interesantes que se tratan es la relación compleja con sus camaradas intelectuales. En el momento de la publicación de El hombre rebelde, especie de elogio filosófico del espíritu permanente de revuelta individual, Camus debe enfrentarse a los colegas que mayormente aprecia y respeta, como Jean-Paul Sartre, debido a las críticas que en sus páginas levanta contra las persecuciones del estalinismo. De inmediato lo acusan de haberse pasado al bando burgués, y el propio autor de La náusea durante un tenso paseo le explica sus reparos frente al libro dado que puede "estar haciéndole el juego" a la propaganda estadounidense contra el Estado soviético, etc. Así Camus, que hasta su muerte sigue definiéndose como un hombre de izquierda, comienza a ser considerado "de derecha".
La otra cuestión que le sacude el alma es la imposibilidad de poder respaldar, sin peros, la lucha del Frente de Liberación Nacional de Argelia, frente a cuyas acciones Camus sigue pronunciándose en contra de las acciones "terroristas" que pueden causar la muerte de inocentes. De cara a tales acciones, sostiene en la conferencia de prensa que brinda en el momento de recibir el Nobel y frente a la protesta de los activistas, "yo estoy del lado de mi madre".
Lo más interesante de la película es advertir el lugar de importancia social que tienen los dichos de los intelectuales frente a las cuestiones principales de la política y la sociedad de la época. El carácter dramático de los debates que puede suscitar cada artículo periodístico o volumen editado debe estimarse y sólo puede ser entendido en directa proporción a esa relevancia social. Quizás se trate, allí, en el transcurso de los sesenta, del último período en que el pronunciamiento del intelectual tenga tal capacidad de resonancia. Que sea para bien o para mal, por supuesto, es tema opinable.
Quizás la oficina a cargo de Ricardo Forster ayude a partir de ahora a recuperar brillos de antaño.
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